Celebramos el Día Mundial de Protección de la Naturaleza con el relato ‘Acróbatas del viento’
18 Oct 2022
Con motivo de la celebración del Día Mundial de Protección de la Naturaleza compartimos el relato Acróbatas del viento de José Ángel Bañuls Ramírez.
José Ángel ha participado en varias ocasiones en nuestro concurso de relato breve ‘Te lo cuento en el aire’.
Cuando el bosque mediterráneo se aprieta y se encumbra, muestra impresionante su poderío y la diversidad que acepta. Todo lo concentra bajo su manto. Se convierte entonces en un bosque de mano tendida.
Si al tupido hermanamiento de las coníferas, se le unen por debajo matorrales aromáticos y carrascas, surgen por sorpresa peñascales y roquedos, y entre medias fluye un río, todo cuaja. La vida lanza su llamada y se entrelaza un prodigio natural, donde además de cazadores y cazados, existen señores del bosque. Ellos son los auténticos valedores de esos espacios.
César disfruta un territorio así. Ansía libertad y aquí la encuentra. Chilla al aire y persigue el eco rebotado en los farallones de cuarcita que se asoman al Tajo. Recorre cada día un sector o varios de su mapa, como buen vigilante de ese entorno que adora y que es su casa. Su mirada se fija en los detalles. Huellas, movimientos, sonidos. El menor cambio es percibido. Y precisa sentir su control para confirmar asegurado el dominio.
Por razones parecidas o complementarias, otros dos exploradores también frecuentan estos lugares. Son una pareja amiga desde hace un par de años, Leo y Turka, que coinciden en misiones de observación del entorno y en un interés común por la física de fluidos y los túneles de viento.
César ha observado más de una vez a la pareja con cierta envidia. Ve con gusto su compenetración y la meticulosa progresión de sus rutas, pero apenas puede imaginar la admiración que levanta él en sus vecinos con la complejidad de sus recorridos y la pericia que demuestra. Los tres juntos y por separado comparan, analizan, se miden y compiten en silencio.
Son señores sin vasallo de un mundo engrandecido. Son los acróbatas del viento en Monfragüe.
Por edad gana Turka, y sus preciosos ojos color miel reafirman los años de experiencia y la sabiduría acumulada con el tiempo. Son algo más de nueve inviernos ganando envergadura y haciendo alarde de serenidad y de equilibrio en las turbulencias. Maestra absoluta del aire y sus evoluciones, ganó incondicionalmente la atención de Leo desde el primer momento que su elegante silueta negra trazó un círculo lento y perfecto sobre la mirada atenta del joven leonado.
A diferencia de los buitres negros, Leo muestra orgulloso su collar de plumas amarillas, como señuelo de estatus o de corona. Su vanidad juvenil le lleva a alardear en medio de la colonia, a probarse y a tentar la suerte de los desafíos. Pero se aleja del juego y de los colegas cuando aparece Turka, la gran dama de su cielo. Mira y aprende en silencio, ensaya y copia de ella. Mejora y triunfa en vuelo.
Por tamaño pierde César. Un águila imperial aún joven, rápido, atrevido, listo y certero. Camufla su dormidero y su atalaya en una encina vieja y grande, ilustre del bosque, con ramas estiradas al vacío, que presentan una inmejorable lanzadera en los saltos. Normalmente observa desde abajo el carrusel pausado de los buitres, eligiendo para si las autopistas de pisos inferiores, unas trayectorias rasantes casi rozando la floresta y, sobre todo, la ejecución del descenso en picado, seguro del dulce sorbo final que deja la adrenalina en la caza.
Las tres rapaces, a su manera, conocen los límites impuestos por la física y los propios de su atrevimiento. Cuidan el estado de las plumas y saben la potencia que pueden exprimir a sus músculos.
Experiencias y motivación han ido acumulando sensaciones, aprendizaje y trucos para salvar determinadas maniobras de riesgo. La improvisación vale solo en el momento y su acierto o no es la consecuencia. De cada error han desprendido lecciones grabadas a fuego en su evolución y, hoy por hoy, sus vuelos son conscientes y controlados, atentos y todo lo seguros que el carácter de cada uno imprime a su pilotaje.
Comparten este territorio de cielos y montes extremeños desde que abrieron los ojos y pidieron su primer bocado. No fue casual el asentamiento aquí de sus familias. La proximidad de una vieja calzada romana, convertida luego en cañada real, marcó el camino de trasiego para el ganado trashumante entre Plasencia y Trujillo. Ese movimiento de animales remarcó la ruta para predadores y carroñeros, donde veían crecer sus posibilidades de sustento y una mayor estabilidad para la prole. Todo sucedió parejo. Unas presencias atrajeron otras y las comunidades fueron creciendo por mero acoso o por aprovechamiento. La densidad del bosque y el cruce de la sierra de las Corchuelas hizo de esta parte de Monfragüe un lugar de bandoleros y de águilas, de salteadores y oportunistas al acecho. En el fondo, auténticos símbolos de leyenda y de aventuras, que se hicieron fuertes y magnificaron estas tierras.
Crecieron en años, en habilidades y en osadía, afinando sus cualidades y añadiendo mejoras a su progresión. Eran magníficos vigías y rastreadores del amplio sector de bosque que grabaron día a día en su memoria. Una zona con epicentro en la peña Falcón, su lugar fetiche para cabalgar las mejores olas de viento. El enclave donde las corrientes cargan humedad del río, ganan temperatura, chocan contra las paredes verticales de los roqueros y ascienden en remolinos tranquilos hasta casi tocar las nubes.
Convivían y se respetaban. La admiración era evidente y compartida, pero cada uno de ellos envidiaba de algún modo a los otros. César, la cadencia y el vuelo pausado de los buitres. Leo, el dominio de las corrientes ascendentes de Turka y las maniobras imprevisibles de César. Turka, las inmensas ganas de aprender de Leo y la punta de velocidad de César.
Aunque también mostraban desacuerdo a lo que entendían errores en lomos ajenos. Turka no soportaba las bravatas, la imprudencia o los movimientos locos de los jóvenes contra las leyes marcadas por las termoclinas y la influencia de las columnas de piedra. Leo y César despreciaban lo que entendían aburrimiento o acomodo de Turka, como si le bastara con lo sabido. Para todos ellos, la edad no lo justificaba todo.
Turka y Leo eran aves felices moviéndose en el silencio de sus cielos. Lo necesitaban para su rastreo de alta concentración, para la localización y la selección de objetivos.
César, sin embargo, era un espíritu con voz. Sus chillidos agudos sonaban como preludio a la sombra de su silueta. Avanzadilla del miedo para los pequeños animales del bosque. Con sonido o casi en su ausencia, habían hecho de estos espacios su hogar y su escuela, el territorio guardado en sus recuerdos y los volúmenes que llenarían sus futuros.
Esa sensación única de plenitud, de privilegio y de absoluta libertad, los convertía en exclusivos. Son muchas las aves que vuelan, pero ellos habían llegado a ser conscientes de su logro y de su ventaja. Mejorar esta habilidad era su motivo cada mañana. Eran distintos a los otros voladores del cielo conformados con esa capacidad regalada, ellos exigían la mejora hasta encontrar los límites. Vivían como elegidos a los que se ha revelado el gran secreto del vuelo y dominarlo era su obsesión.
Conscientes de cuanto resultaba fundamental para volar, cuidaban cada detalle, cada pieza, cada elemento, cada pluma. En la enormidad de sus alas, alcanzaron a descifrar la función de cada clase de plumas, a comprimirlas o separarlas, según las cantidades de aire a atrapar y según el momento. En las plumas de sus cuerpos estaban las claves de la propulsión, de la sustentación, de la termorregulación, del camuflaje y hasta del cortejo. La pluma es el soldado que junto a sus compañeros configura en el ala ese ejército capaz de levantar del suelo a los señores del aire.
El gran músculo de sus pechos es el verdadero motor de las alas y para conseguir crear la fuerza de batida suficiente necesita un buen anclaje. La quilla del ave es la proa construida a propósito para dar ese soporte y permitir que la musculatura tire del húmero y flexione lo suficiente para subir y bajar las alas durante el vuelo.
El peso de sus cuerpos se había rebajado a lo largo de la evolución. Un esqueleto transformado ya en auténtico fuselaje, con el conjunto vertebral soldado en una estructura cilíndrica resistente y ligera. Unos huesos neumáticos, con cámaras aéreas en su interior. Y como contribución extra a la sustentación, la disposición de unas bolsas internas llenas de aire que completan su peculiar sistema respiratorio.
Pese al eficiente diseño de sus estructuras y la prioridad que aportaban al vuelo, César, Leo y Turka aprendieron pronto la importancia del ahorro de combustible.
Hubo que trabajar la aerodinámica. Saber atacar el aire con la posición idónea que lo cortase con las alas en dos corrientes, y que la física de presiones jugara entonces con la sustentación, elevando sus cuerpos. La dirección de vuelo la manejaron adiestrando a sus remeras para orientar la nave. Los despilfarros de energía juveniles, con aleteos innecesarios y prolongados, fueron corregidos. Su envergadura les obligaba a ser hábiles para elegir un buen despegue y no malgastar las reservas.
Salvo cuando arrancaban de un posado directo en suelo, que hacía obligado un poderoso batido de alas para ganar distancia y altura, siempre elegían miradores altos, en cornisas rocosas o en prolongadas salientes del arbolado. Desde esas posiciones, el vuelo comenzaba con un salto al vacío y con menor demanda de energía.
Los buitres y las grandes águilas son los principales exponentes de tierra adentro adaptados al vuelo de planeo. Una forma de vuelo de máximo aprovechamiento de la aerodinámica y del flujo de corrientes. Es volar con menos desgaste. Como hacerlo con el motor parado y encomendándose a la habilidad del piloto y a la capacidad descifradora de los recursos que ofrecen los estratos de aire atravesados. Un vuelo más lento, con una resistencia inducida, que supieron vencer separando las plumas primarias de los extremos de las alas. Ensayar, corregir y equilibrar. Tiempo dedicado a mejorar las técnicas, a copiar los logros del otro. Un avance individual, apoyado en la observación conjunta.
Partiendo de sus aspiraciones propias por dominar libremente los cielos, las envidias de las destrezas del otro, fueron el acicate para cada uno. Ahora se aceptaban en el mismo entorno. Es su campo aéreo de entrenamiento, de progresión, y eso se logra antes junto a los mejores. Con la aceptación tácita de ese pacto, se transformaron en jinetes de las corrientes, en los genuinos acróbatas del viento en Monfragüe.
Los dibujos de sus siluetas en el aire llamaron la atención de otras miradas. Ojos que desde tierra imaginaron la sensación del vuelo y anhelaron la posibilidad de conseguirlo. Y hubo miradas de satisfacción, de admiración y de curiosidad, pero también otras que desmenuzaban detalles, que estudiaron, que analizaron motivos, que resolvieron dudas, que concluyeron avances para la ingeniería práctica de un vuelo artificial.
Cuando los Wright lograron su primer vuelo con una estructura más pesada que el aire, el sueño de los imitadores empezó a vislumbrarse.
La naturaleza volvió a inspirar, y copiar la eficacia nunca es equivocar el paso. Hasta incluso copiar abiertamente las claves del éxito. ¡Eureka! Airbus asombró al mundo con un diseño “natural”, tanto en las alas terminadas en estabilizadores con forma de pluma, como en la posición horizontal del timón de cola.
Son evoluciones técnicas con mejoras en la eficiencia aerodinámica y de una forma muy clara, todo un homenaje a las aves rapaces.
En general, la órbita antropocéntrica tan extendida en infinidad de ámbitos, lleva a fijarnos en los animales desde una visión de utilidad, de camaradería, de curiosidad, de belleza o, en el mejor de los casos, de estudio y valoración.
Aún así y en contadas ocasiones, nuestro acercamiento al mundo natural abarca, con suerte, la posibilidad siquiera de intuir algún grado de inquietud cognitiva, o de un posible afán de superación en cerebros animales distintos al humano.
Quizás el planteamiento sea una quimera, pero en esta ficción a los protagonistas elegidos se les concede esa voluntad de mejora.
Se trata de individuos desgajados de la especie. Agrupados, pero autodistantes. Buscadores de nuevas capacidades desde la perspectiva del alejamiento. Y dejando de ver siempre lo mismo, empiezan a fijarse en otros detalles, a probar simulaciones, a asimilar respuestas acertadas a los cambios de viento, a comprender los efectos térmicos y sus corrientes.
Aprendieron a volar con menos esfuerzo. Aprovecharon la profundidad de la aerodinámica con ligeros movimientos de las extremidades. Dominaron el vuelo de vela, las mejores técnicas de aproximación al objetivo y la seguridad en los momentos críticos del aterrizaje.
De manera independiente, crearon un mecanismo sin engranar, constituido por tres miembros que se observaban entre sí, para afinar las piezas y optimizar, en un impulso de pura ambición.
Tal vigilancia continuada y a tanta altura, conllevó el desarrollo de una agudeza visual extrema y la concentración máxima en los objetivos enfocados.
Turka y Leo detectaban desde su cielo mudo a más de dos mil metros, los restos orgánicos que aprovecharían como sustento. César captaba el menor movimiento entre el bosque o los matorrales, prefijando las presas elegidas, analizando sus carreras y trazando sus trayectorias de ataque más eficaces.
Y en sus barridos diarios de observación, también se descubrieron observados.
Cada vez eran más los humanos que tomaban posiciones frente a Peña Falcón y, parapetados con herramientas y equipos, seguían sus evoluciones en el cielo.
Sin ser conscientes, César, Leo y Turka se habían erigido en maestros de vuelo, en probadores de vientos, en prototipos de biodiseños, en precursores de maniobras evasivas o de líneas de ataque para aeronaves de alta velocidad.
Eran desarrolladores sin sueldo y autodidactas por genética, pero abrieron importantes caminos en el aire.
Monfragüe es Parque Natural (1979). Zona de Especial Protección de Aves (ZEPA, 1988). Reserva Mundial de la Biosfera por la UNESCO (2003) y Parque Nacional (2007).
La riqueza de su biodiversidad viene motivada en gran medida por los diferentes ecosistemas que mantiene y la combinación de laderas de umbría de bosque mediterráneo con densa vegetación, unos portentosos roquedos, amplias zonas de dehesa y el cruce de aguas fluviales del Tajo y el Tiétar.
Monfragüe posee una de las mayores colonias reproductoras de Buitre Negro, con más de 250 parejas; la mayor concentración mundial de Águila Imperial Ibérica y una de las más importantes congregaciones de Cigüeña Negra. Su colonia estable de Buitres Leonados es de las más numerosas en suelo europeo.
Los observatorios ornitológicos y, especialmente, el seguimiento de las grandes aves voladoras ha atraído desde siempre a la humanidad. Inspiradoras en buena medida de la tecnología aeronáutica, nunca han dejado de ser una de nuestra referencia más evidente de la ansiada sensación de libertad.