‘Una vida en el aire’, relato ganador de la IV edición de ‘Te lo cuento en el aire’

Ya puedes leer el relato ganador del IV Concurso de Relato Breve ‘Te lo cuento en el aire’: Una vida en el aire de Elena Morán San Juan. Una historia con ritmo que fabula un hecho real e histórico al mismo tiempo que rinde homenaje a la protagonista Abbas Ibn Firnás.
Una vida en el aire de Elena Morán San Juan
Los primeros rayos del sol entraban por la celosía de la ventana de su habitación; todavía había días en los que echaba de menos su Ronda natal, pero la bella Córdoba, la ciudad más rica e influyente de Al-Andalus le había acogido y embrujado a partes iguales. Unido a la belleza de esta fascinante ciudad la corte de los Omeyas era precursora del desarrollo de la ciencia, lo que la hacía aún más atractiva.
Reinaba Abderramán II, emir de Córdoba, a quien deleitó con su poesía en numerosas ocasiones y posteriormente, su hijo Mohamed I, quien también le concedió sus favores ya que, aunque menos inclinado a las artes que su padre, demostró gran curiosidad por algunos de sus inventos, entre ellos el Al-Maqata-Maqata, la clepsidra que le valió el reconocimiento de sus colegas de profesión por todo Al-Andalus; sonríe el viejo con orgullo al recordar que el emir tuvo el reloj en sus dependencias privadas hasta el día de su muerte, hace un año. La verdad es que él, Abbás Ibn Firnás, había logrado destacar en una gran cantidad de disciplinas a lo largo de su vida: filosofía, música, química, medicina… pero fueron la poesía y la astronomía las que le permitieron formar parte de la corte la mayor parte de su vida.
Un fuerte dolor en la base de la espalda le sacó de su ensoñación. Ese dolor tan familiar que le acompañaba desde hacía 12 años. Ahí estaba de nuevo, cada día era más complicado de soportar. Al principio sus conocimientos le permitían aliviarlo con ungüentos y otros remedios que él mismo preparaba, pero hacía algún tiempo que sus esfuerzos eran fútiles.
Sin embargo no se arrepentía, una mirada traviesa le iluminó la cara al recordar…Era el año 850; mientras paseaba por el zoco de Córdoba con sus serpenteantes calles empezó a escuchar un griterío: varias personas increpaban a alguien a quien no alcanzaba a ver, “al ladrón” “al ladrón” “ven aquí, pequeño ladronzuelo”; entonces lo vio; era un crío de no más de diez años que huía de una muchedumbre enfurecida, llevaba un saco del que, en la huida, se cayeron un montón de manzanas que debió robar de un puesto. Al verse acorralado subió a una torre de dos plantas para darles esquinazo, cuando se veía ya salvo en lo alto, uno de los comerciantes le vio, por lo que tuvo que saltar para evitar ser capturado ya que, si bien no recibiría la pena máxima de amputación de la mano derecha, por ser un niño y por el pequeño valor de lo robado, sí sería ajusticiado con unos latigazos y el escarnio público en la plaza principal del zoco. Decidido cogió el saco con las dos manos ya vacío porque había perdido todo su contenido en la huida y salto con él a modo de capa. Abbás pensó que la criatura moriría o resultaría gravemente herido, pero para su sorpresa vio como el saco atenuaba la caída reduciendo la velocidad de la misma. El niño se golpeó contra el suelo, pero se levantó inmediatamente con un ligera cojera. Abbás le llamó: “¡ven aquí chico!” El chico le miró desconfiado, pero viendo que esa opción era mucho mejor que la que dejaba a sus espaldas le siguió. Abbás le llevó a su casa; una vez allí le preguntó su nombre: “Hakim” dijo él. “Muy bien, Hakim” contestó. “¿Tú sabes que lo que has hecho está en contra de las enseñanzas de Allah?” A lo que el niño contestó descarado: “Maestro, ¿no cree que Allah verá mucho más grave que ese comerciante tenga esa cantidad de comida, estando gordo como está, mientras yo no tengo un triste trozo de pan que llevar a la boca?”
El hombre sonrió al escuchar la irreverente respuesta del niño y en ese momento decidió acogerlo bajo su tutela.

Desde ese día no pudo dejar de darle vueltas a lo que había ocurrido con ese saco como improvisada capa y en su estudio probaba día tras día con la ayuda de Hakim a simular a pequeña escala el fenómeno ocurrido. Finalmente, dos años después consideró que sus cálculos tenían base suficiente y decidió repetir la hazaña de Hakim, pero en esta ocasión lo haría él mismo. Para ello eligió la torre de la Mezquita de Córdoba, punto más alto de la ciudad y una gran capa para amortiguar el impacto. En palacio muchos sabían del experimento que iba a realizar y le esperaban en silencio en los alrededores de la torre, entre temerosos y expectantes.
Abbás desde lo alto miro al grupo de gente, que se veía tan pequeño a esa altura, titubeó un instante pero entonces vio a Hakim; su cara de ilusión le decidió y sin pensarlo más, salto: todo
fue muy rápido, la capa, tal y como predijo ralentizó el descenso, no lo suficiente como para no darse un terrible golpe, pero sí lo bastante como para no tener que lamentar un grave accidente. Se quedó unos segundos en el suelo hasta que en medio del silencio que reinaba en el lugar oyó: “Maestro, ¿está bien?”; entonces hizo repaso mental de su estado, sus conocimientos en medicina le permitieron saber que no había que lamentar ninguna lesión de gravedad, trabajosamente se puso en pie, los presentes empezaron a aplaudir, había sido todo un éxito.
A los pocos días el emir Abderramán II falleció; Abbás lo lamentó profundamente pues el Emir era una persona de gran sensibilidad que se deleitaba con la música y la poesía y reclamaba la presencia de Abbás en la corte casi a diario, ya que dominaba ambas disciplinas. El sucesor fue el hijo de Abderramán II, Mohamed I; Abbás pensó entonces que tal vez su presencia ya no fuera solicitada, pero se equivocaba ya que a las dos semanas del nombramiento se presentó en su casa un mensajero de la corte con orden de que acudiera al día siguiente.
Al acudir a la corte se llevó una grata sorpresa: Mohamed I era un hombre curioso e inteligente, con mayor inclinación por las ciencias, en particular por los artilugios e inventos. Conversaron largo rato. A partir de ese día Abbás empezó a trabajar en la creación de numerosos inventos que le granjearon los favores del emir, el respeto de sus colegas y también algunas envidias. Esto le mantuvo apartado de su fascinación por la posibilidad de volar hasta que a los pocos años el emir le regaló una pareja de exóticas aves provenientes de Oriente. Abbás estaba pletórico, los majestuosos pájaros de brillantes colores volaban a menudo en libertad, pero cogieron tal cariño a su dueño que volvían siempre a su jaula. Con ellos Abbás recuperó su pasión por las aves, su obsesión por averiguar cómo eran capaces de volar; pasaba horas con su fiel Hakim observando el vuelo de los pájaros. A menudo los llevaba a la corte donde el emir lo recibía con su séquito: un músico, dos criados personales y Abdul, medio actor, medio truhan que amenizaba las jornadas del Emir.
Una noche, después de haber visitado ese día al emir con sus bellos pájaros, se los encontró muertos dentro de la jaula; tal fue su dolor que acudió todo el servicio para ver qué ocurría al escuchar sus gritos.
Una vez más calmado, su mente científica le obligó a centrarse y averiguar lo ocurrido: examinó a los animales, obviamente se trataba de algo que habían comido, pero ¿qué? Comieron en casa antes de salir hacia la corte, hasta ahí todo normal. De repente se dio cuenta de que no habían tocado la cena, ya debían encontrarse mal, entonces vio algo extraño: había una pluma de un color azul oscuro que no se correspondía con el plumaje de los singulares animales, quedose pensativo.
A la semana fue invitado a una pequeña representación que se iba a celebrar en la corte. Al llegar, como siempre el emir le recibió con sincera alegría, y le dio sus condolencias por la muerte de los animales; esto derivó en una conversación sobre sus estudios sobre las aves, su capacidad de volar y la posibilidad de que el hombre imitase el vuelo de los pájaros. La conversación se animaba por momentos: unos opinaban que era posible, admiraban a Abbás y pensaban sinceramente que podría lograr volar si se lo proponía, otros como Abdul, siempre incisivo y burlón, se mofaron de él.

Cuando dio comienzo la representación Abbás estaba algo distraído por las burlas que había recibido de Abdul, empezó a dudar si realmente sería capaz de volar algún día. Algo le sacó de
sus sombríos pensamientos: en la obra, protagonizada por Abdul y otros dos actores, salía un padre que tenía una bella hija, y dos pretendientes iban a su casa a pedirle en matrimonio; Abdul entró interpretando a uno de los pretendientes y llevaba puesta una larga y estrafalaria toga que… ¡llevaba unas plumas azul oscuro en las mangas! ¡Él había envenenado a sus queridos pájaros!
Se fue a su casa, huraño. Estuvo unos días sin querer recibir visitas; hasta que su querido Hakim consiguió sonsacarle su secreto. Hakim le hizo ver que la mejor manera de vengarse era demostrando que sí podía volar, que su sueño podría hacerse realidad. El hombre miró a su fiel amigo y tuvo que reconocer que tenía razón; a partir de ahí no vivió para otra cosa. El importante día había llegado, era el año 875, Abbás sabía que no podía dilatar por más tiempo su empresa, pues ya contaba con 65 años, y temía que esperar más haría más difícil poder salir vivo de su aventura. Había estudiado durante al menos diez años el vuelo de muy diversas aves, sus trayectorias, sus aterrizajes; había realizado numerosos cálculos teniendo en cuenta diversos escenarios (más adversos o favorables según el viento); calculó las dimensiones de las alas que iba a emplear, así como un pequeño artilugio para tratar de dirigir el vuelo. Las alas fueron construidas en madera y cubiertas con seda, que consideró el tejido que mejor se comportaría
en esta empresa y decidió como homenaje adornar las alas con algunas plumas de sus amados pájaros, que guardó como recuerdo a su muerte.
Necesitaba un punto muy elevado para poder planear el mayor tiempo posible; eligió las colinas de la Ruzafa, cercanas a Córdoba. Todo el mundo en la corte se había hecho eco de la noticia por lo que allí se congregó una gran cantidad de gente. Abbás, en lo alto junto a Hakim, mirando ambos el gentío y la enorme altura a la que se encontraban se quedaron en silencio hasta que Hakim le dijo: “maestro, no lo haga, ya no tiene nada que demostrar, es usted un hombre brillante, ha inventado artilugios que algunos ni soñarían, escrito poemas, elaborado compuestos y fórmulas, discutido sobre los sabios, es más, es usted un gran sabio. Tengo miedo, no lo haga” A lo que Abbás respondió: “Hakim, un hombre no es más que sus sueños” y sin pensarlo más salió corriendo y saltó.
Fue increíble ¡estaba volando! Durante algunos minutos, no supo cuántos porque estaba embriagado por la sensación que vivía, estuvo planeando como había visto anteriormente a tantas aves. Cuando empezó a descender trató de controlar el aterrizaje, pero no era capaz de lograrlo, se dio cuenta en ese momento de que habría necesitado incluir una cola para poder controlar el descenso, ya era tarde. El impacto de la caída fue terrible, notó como sus piernas crujían y pensó: es el fin.
Se equivocaba, si bien se fracturó ambas piernas y le quedó una cojera para el resto de su vida, en realidad el vuelo fue todo un éxito. Por supuesto, sus detractores (que no eran pocos, era muy envidiado en la corte por sus numerosas cualidades) aprovecharon para ridiculizarle. Se hicieron famosos unos versos atribuidos al poeta de la corte Mu ́min Ibn Sa ́id:
“¡Quiso aventajar al grifo en su vuelo,
Y solo llevaba en su cuerpo las plumas de un viejo buitre!”
Abbás sin embargo siempre pensó que realmente el malhechor de Addul estaba detrás de los versos, si bien nunca pudo demostrarlo.
A pesar de lo aparatoso del aterrizaje, sin duda la hazaña fue todo un éxito, se habló durante años de la misma.
Recordando todo aquello esa mañana se preguntó si alguien le recordaría, si todas esas horas invertidas habrían servido para algo, si sus pesquisas solo fueron los sueños de un loco o si en un futuro los hombres podrían volar; deseo con todas sus fuerzas que así fuera.
Así, fue encontrado por su fiel criado Hakim que le llamaba para el desayuno; al no recibir respuesta atravesó el patio central de la vivienda y entró en su habitación, donde le encontró como dormido, con una sonrisa en los labios. “Alá le recompensará, le dará paz y le perdonará todas sus faltas” murmuró, mientras una lagrima le surcaba el rostro. Así despidió a su querido amo, el hombre que vivió sus sueños, sin importarle el precio.
En memoria del verdadero padre de la aeronáutica injustamente olvidado por la historia