Algunos artistas plásticos han combinado su pasión por la pintura con una admiración sin límites por un determinado motivo o actividad, ya sea la danza, el retrato, el mar, las carreras o el mundo de la aviación. Este artículo recuerda y va dedicado a esos artistas fascinados por el vuelo y por todo el ambiente que le rodea, ya sea la visión de una aeronave surcando los cielos, una perspectiva aérea por encima de las nubes o una escena de entrenamiento de pilotos. Aunque no están todos los que son, en este breve recorrido por la “pintura de la aviación” se quiere rendir homenaje a todos esos pintores que de modo especial han puesto sus ojos en todo tipo de artilugios voladores.
Con solo echar un ligero vistazo a la pintura occidental de los últimos dos siglos, podríamos deducir que existen dos o tres tipos de pintores en cuanto a la elección de sus motivos de inspiración. El grupo más numeroso sería el de aquellos cuyas obras beben en todo tipo de fuentes: los paisajes, los interiores, la figura humana, la naturaleza muerta, la mitología o incluso las novedades tecnológicas que surgen a lo largo de su devenir biográfico.
Capítulo aparte de estos, lo configuran otros artistas que, en un momento determinado de su vida, se enrolan o abrazan un movimiento artístico y, fruto de ello, durante un tiempo reducen su obra a unos iconos muy determinados, dictados por la propia corriente estética. Ejemplo típico, y que viene muy al caso, es el de los pintores del Futurismo, un movimiento con origen en Italia, liderado por el poeta Filippo Tommaso Marinetti, quien recopiló y publicó los principios de esta corriente artística en su manifiesto de 1909. Una de las búsquedas constantes de estos artistas fue la representación del movimiento, y para ello recurren a la utilización de formas simultáneas y alaban todo lo que en la vida supone rapidez, velocidad, vértigo. Por tanto, ¡qué mejor símbolo de todo ello que la aviación! que había nacido poco antes y suponía el exponente más claro de la modernidad, de la trasgresión de la gravedad, y en suma de la movilidad.
El Futurismo fue un movimiento efímero, y ya en 1914 muchos de sus representantes lo abandonaron. Sin embargo en los años 30 surge como un último coletazo, una corriente artística que se ha denominado “Aeropintura” y que pugna por una nueva interpretación de la realidad vista a través de otra perspectiva: la aérea. Fueron varios los pintores que se integraron en esta corriente: Balla, Ambrosi, Baldessari, Prampolini y, uno de los más prolíficos, Tulio Crali, quien nos ha dejado obras que muestran ese culto a la velocidad, y nos permiten observar el exterior desde el propio punto de vista del piloto, una visión que nos produce vértigo, que desintegra el paisaje o convierte los edificios en piezas de un puzzle. De este modo lo vemos en su obra Un salto sobre la ciudad, fechada en 1939, en la que Crali introduce al espectador a bordo de la propia cabina de mando del avión.

'Un salto sobre la ciudad', obra de Tulio Crali.
Por último, existe un tercer grupo de artistas plásticos cuya obra es fruto de una pasión única, de una inspiración monográfica o quizás de una admiración sin límites por un determinado motivo o actividad. Todos recordamos la obra de Degas, en la que el mundo del ballet está muy presente, constituyendo casi un distintivo de su obra; Modigliani, a quien solo pareció seducir la figura humana; el estadounidense Frederic Remington, especializado en escenas del lejano oeste, o el contemporáneo Mark Wallinger, artista británico muy conocido por sus escenas del mundo del caballo y las carreras.
Del mismo modo, para un grupo de pintores la aviación ha constituido y constituye un motivo casi único de inspiración. A este grupo bastante desconocido va dedicado este artículo, a aquellos para quienes la visión de una aeronave surcando los cielos o en otras actitudes ha constituido el icono más atractivo para representar en sus lienzos. Un género que bien podríamos denominar “pintura de la aviación”, aunque a veces haya sido infravalorado.
Un menosprecio difícil de comprender pues, a menudo, al artista aeronáutico se le exige que sea una mezcla de artesano y artista, pues por una parte debe reflejar una fidelidad en el objeto representado -los aparatos, las luces, las sombras, el espacio aéreo- y, por otra, debe brindar la apariencia de velocidad, superación de la gravedad y otros elementos menos definibles que tiene que captar en su lienzo para producir en el espectador las sensaciones que la aviación inspira. Pues bien, a pesar de ello, con frecuencia la crítica los ha obviado o simplemente ha encasillado a algunos como meros “ilustradores”.
Sin embargo, no debería resultar insólito que la aviación o, mejor dicho, el vuelo haya inspirado y continúe seduciendo artistas, ya que antes incluso del primer vuelo de los Wright en 1903, tanto poetas como artistas cantaron y pintaron artefactos voladores de todo tipo.
Los inicios
A pesar de todas estas dificultades, las pinturas de aviación nos han dejado un testimonio gráfico del nacimiento y desarrollo de la aeronáutica que pocas disciplinas poseen. Ciertamente, a través del recorrido por alguno de los libros o museos especializados en este campo pictórico, podemos obtener bastantes datos de su historia: la transformación que han experimentado estas máquinas –desde los primeros biplanos a los más sofisticados aviones de combate de hoy día-; las evoluciones en el espacio de estos aparatos; la sensación de ruido y de olor a quemado en muchas de las escenas bélicas, o incluso el mantenimiento y preparación que requieren cuando están en tierra.
Ya en 1908, Rudolph Dirks (1877-1968) concibió una escena en la que se podía admirar todo tipo de artilugios voladores, rodeados de mucha gente, preparándose en un campo para iniciar el vuelo. Una obra que da idea de la expectación que ya entonces causaban estos primeros intentos. El artista la tituló Pajaritos y hoy día podemos admirarla en el Smithsonian National Air and Space Museum de Washington. Foto nº2.
Más tarde, con la importancia que la aviación fue adquiriendo, muchos artistas dieron muestra de su atracción por los primeros pilotos y sus aparatos surcando el cielo, una imagen que era a la vez un exponente de la modernidad y de los logros del nuevo siglo. Pintores como Delaunay, Léger o Celso Lagar nos han dejado muestras de su particular homenaje a alguno de estos pioneros y a sus primitivos biplanos. Merece la pena también recordar la obra de André Devambez (1867-1944), fechada en 1910, hoy en el Museo de Orsay, París, y que se titula El único pájaro que vuela por encima de las nubes, un título que pone de manifiesto la admiración que este pintor sintió cuando contempló los vuelos de algunos pilotos, con motivo de su visita a la base de Mourmelón.

'Pajaritos', de Rudolph Dirks.
La primera Guerra Mundial
Sin duda, la Primera Guerra Mundial constituyó un hito en el desarrollo de la aviación. Hasta entonces esta actividad había sido considerada más como una práctica de aventureros y héroes que como una tecnología que brindaría enormes posibilidades en el campo de la estrategia bélica. Es también cuando se desata la primera contienda mundial, cuando surgen los primeros artistas que realmente podríamos denominar “pintores de la aviación”. Muchos le conceden a Henri Farré (1871-1934) el título de ser el primero de ellos. Farré fue comisionado por el gobierno francés para pintar escenas de la guerra aérea y se convirtió en un prolífico pintor de la misma, de tal manera que produjo durante esos años más de 175 escenas de la contienda y algunos retratos de famosos aviadores como Guynemer y Hertaux. Henri Farré capturó la belleza del vuelo de una forma que implica una respuesta por parte del observador, sus aviones no son perfectos, pero sus alas rompen la atmósfera y penetran en el paisaje, a través del aire, capturando de este modo el espíritu de la velocidad.
Muchas de las pinturas de esta época muestran una cierta reverencia, empañada de terror y sobrecogimiento. Hubo artistas muy cotizados de la época que abordaron el tema, como el americano John Singer Sargent (1856-1925). Aunque era un pintor más conocido como retratista, al estallar el conflicto fue comisionado por el gobierno británico como artista oficial de guerra. Con un estilo impresionista, Sargent nos ha dejado unas interpretaciones muy especiales de la contienda, como la obra titulada Avión accidentado, fechada en 1918 y que puede contemplarse en el Imperial War Museum de Londres. Es una acuarela en la que Sargent muestra una de las paradojas de la guerra, la desoladora muerte de un aviador en medio de la tranquila actividad cotidiana que realizan los trabajadores del campo.
Muchas de las pinturas de esta época muestran una cierta reverencia, empañada de terror y sobrecogimiento
Otros artistas contemporáneos fueron el irlandés Sir John Lavery (1856-1941), que sobre todo representa dirigibles de imponentes dimensiones, y el británico Alfred Egerton Cooper (1883-1974) que nos transmite el lado más desolador de la guerra a través de algunas de sus acuarelas de oscuras tonalidades. Max Edler von Poosch (1872-1968) muestra en algunas de sus obras un auténtico documental de guerra, y Sidney Carline (1884-1929) que fue piloto en la contienda, nos ha dejado auténticas obras maestras de este género, como la que recoge el ataque aéreo contra las tropas turcas en Wadi Fara, Palestina. También destaca el norteamericano Charles H. Hubbell (1889-1971), uno de los mejores artistas de los primeros años de la aviación.
Un canto épico a la heroicidad de un piloto es la obra de Norman G. Arnold titulada El último vuelo del Capitan Ball que rememora la muerte del famoso aviador británico que sirvió en la Royal Flying Corps, tomó parte en 26 combates y fue condecorado con la Cruz de la Victoria británica y la Legión de Honor francesa. La escena recoge justo el momento en que la aeronave del capitán se precipita abatida por el avión alemán y capta el drama y el intento desesperado de huida del piloto inglés. Cuando Arnold pintó esta historia en 1919 no se sabía exactamente cómo se había producido la muerte del capitán dos años antes, pero el pintor, apoyándose en la leyenda y los comentarios populares, la imaginó así.
Son muchas las muestras sobre la contienda que nos cuentan historias de triunfos y de fracasos, de héroes y de víctimas, y en esas narraciones pictóricas es especialista el pintor Stuart Reid. Este artista, que se especializó en escenas bélicas que se desarrollaron en Oriente Medio, nos ha dejado obras como El bombardeo de Wadi Fara, ocurrido en septiembre de 1918, o Deraa que muestra la sensación causada por la llegada de un avión Handley Page a Palestina, un acontecimiento que el pintor narra de una forma un tanto épica y festiva a la vez. Muchas de sus obras pueden contemplarse también en el Imperial War Museum de Londres.

'Avión accidentado', de John Singer Sargent.
TIEMPOS DE PAZ
La historia de las dos guerras mundiales ha proporcionado y continúa prestando motivos a numerosos artistas que con sus crónicas pictóricas nos cuentan muchas gestas de heroísmo, sacrificio y desolación. Sin embargo, otros prefirieren mostrarnos la aviación en tiempos de paz, la denominada “Golden Age” de los años 30, cuando los numerosos concursos aéreos, exhibiciones y fiestas convirtieron la aviación en uno de los espectáculos más aclamados del momento. Efectivamente, terminada la primera contienda, Europa se encontró con una industria aeronáutica fortalecida por la gran demanda de aparatos que la guerra había generado, pero que ahora, en tiempos de paz, presentaba un importante excedente de aviones y también de pilotos que no encontraban una ocupación en la vida civil. Por este motivo, algunos de ellos adquieren aeronaves a buen precio y comienzan a participar en competiciones, y a realizar grandes travesías. Es el momento de la aviación como deporte, como atracción festiva de toda conmemoración que se precie. Es también la época en que surgen maravillosos carteles convocando a estos certámenes, o pinturas que establecen una cierta rivalidad entre el automóvil y el avión, así nos lo recuerda el cuadro de Charles J Thompson titulado Alegres días y que nos transmite esa joie de vivre de los años previos a la gran guerra; en esta obra vemos una avioneta Tiger Moth, aparato utilizado por la RAF para entrenamiento de pilotos, volando tan bajo sobre un Railton Touer que casi nos permite escuchar el entusiasta saludo de los protagonistas de la escena. Charles Thompson, pintor que sirvió durante dos años en la RAF y también trabajó en la industria del automóvil, forma parte de la Guild of Aviation Artists (GAvA) y su auténtica pasión es la aviación, de la que continúa ofreciéndonos espléndidas imágenes.
La historia de las dos guerras mundiales ha proporcionado y continúa prestando motivos a numerosos artistas que con sus crónicas pictóricas nos cuentan muchas gestas de heroísmo, sacrificio y desolación
Fue la época de los grandes certámenes aéreos, convocados por hombres adinerados de la industria, y entre los que destacan: el trofeo Scheneider para hidroaviones, el Pulitzer Trophy Race o la copa Gordon Bennett. Son los años también de las grandes travesías como la de Alkcok y Brown entre Terranova e Irlanda en 1919; la del Atlántico sin escalas, realizada por Charles Lindbergh en 1927 o el primer vuelo sobre el Polo Norte, llevado a cabo por Richard E. Byrd, en 1929. Algunos de estos arriesgados pilotos dejaron su vida en estas proezas, como el caso de la aviadora Amelia Earhart, la primera mujer que cruzó en solitario el Atlántico en 1932.
Artistas del momento como Norman Wilkinson (1878-1971) nos han dejado sus personales interpretaciones de estos años de la aviación. Wilkinson, pintor británico que durante la Primera Guerra Mundial sirvió en la Royal Naval Reserve, ilustrador y gran acuarelista, nos ofrece varias obras que ilustran este periodo entre guerras, como la titulada The Havilland Comet Grovesnor House. Este aparato había ganado la carrera de Inglaterra a Australia en 1934, cuando hizo un recorrido de 11.300 millas en 72 horas y 54 minutos, pilotado por Charles W. A. Scout y T. Campbell. Norman Wilkinson fue también muy conocido por sus magníficas marinas.
Otros muy posteriores se inspiraron en este periodo para mostrarnos escenas muy diversas, pero todas contagiadas por ese carácter lúdico y esa fe incondicional en el nuevo transporte. Bob Cunningham, James Dietz, John Paul Jones o Keith Ferris son algunos de ellos que, si bien no fueron testigos presenciales, sí encontraron en esos momentos de la aviación innumerables motivos para plasmar en sus lienzos.
Al compás de esta fe en la seguridad del nuevo transporte, nacieron auténticos acróbatas, los denominados wingwalkers que realizaban arriesgados equilibrios, utilizando como plataforma las avionetas en pleno vuelo. De este modo son captados en la obra del norteamericano William Philips titulada: When a sure grip meant survival, que podríamos traducir como “Cuando un asidero seguro significa la supervivencia”. En ella el pintor, miembro del Air Force Program y galardonado con numerosos premios, nos muestra una de estas escalofriantes hazañas, justo en el momento en que uno de estos arriesgados acróbatas se dispone a pasar desde un avión a otro, situado justamente encima. Se trata de dos biplanos Curtiss JN-4, un avión considerado uno de los más importantes de su tiempo y que adquirió poco después de su creación el apodo de “Jenny”, con el que fue conocido durante el período de entreguerras. A partir de abril de 1917, con la entrada de EE UU en la Primera Guerra Mundial, el Curtiss JN-4 fue producido en gran número y utilizado en el entrenamiento de muchos pilotos estadounidenses y canadienses. La precisión del dibujo en la obra del artista norteamericano, que alguien bautizó como “el pintor de la nostalgia” nos ofrece esta atractiva obra que muestra una gran limpieza en la composición.
Lo que sí fue ya evidente en estos años es que el avión se había convertido en un factor decisivo para las relaciones internacionales, el comercio y la guerra, diluyendo fronteras y obstáculos naturales hasta entonces insalvables.
De nuevo a la guerra
Cuando en 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial, las posibilidades que brindaba la aviación eran ya reconocidas por todos los ejércitos, y por ello durante el conflicto la mayoría de los gobiernos apoyaron esta actividad, fruto de lo cual se produjo una gran mejora tecnológica en esta industria que dio como resultado nuevos aparatos más seguros y rápidos. Se diseñaron motores más potentes y se desarrollaron los primeros motores de reacción. La relación de pintores que se inspiran en esta contienda es tan amplia que sería imposible siquiera citar sus nombres, ya que además de aquellos contemporáneos a la contienda -muchos de los cuales actuaron como reporteros de la misma, comisionados por los diferentes gobiernos o formando parte de asociaciones de artistas de guerra-, aún en la actualidad otros muchos pintores continúan mostrándonos imágenes de la intervención de la aviación en el conflicto. Probablemente la captación de la movilidad de las diferentes aeronaves, el gran elenco de modelos que intervinieron, los distintos entornos en que se desarrollaron los combates o las leyendas que se forjaron en torno a algunos pilotos y acontecimientos proporcionan un campo mucho más variado de inspiración que otros aspectos de la aviación.
Muchos artistas se vieron implicados en esta contienda, y aunque su temática anterior discurría por otros senderos, cuando estalló la guerra hicieron obras en las que aportaron su visión en directo de los acontecimientos. Este es el caso del pintor inglés Paul Nash (1889-1946), reconocido como uno de los mejores artistas ingleses y que nos ha legado varias obras de este género. Su Batalla de Inglaterra, que Nash pintó en 1941, es un auténtico testimonio de cómo se desarrolla un combate en el aire. También Sir Walter Thomas Monnington (1902-1976) que llegó a ser presidente de la Royal Academy en 1966, realizó varias obras que tuvieron como motivo la aviación en la Segunda Guerra Mundial. Entre ellas la denominada Spitfires atacando el sur de Inglaterra, realizada en 1944, ejemplo de una mezcla de costumbrismo campestre y de la modernidad impuesta por los bombarderos. En ella el pintor trató de darnos su visión de la operación “Crossbow” que fue lanzada por el general Eisenhower para intentar evitar el lanzamiento de las V-1.
Otro de los coetáneos del conflicto, es Robert Benney (1904-2001) pintor neoyorkino que estudió en las más prestigiosas escuelas de arte de su ciudad y fue también muy conocido como ilustrador de revistas. En 1943, los Laboratorios Abbot le encargaron la realización de varias obras para el Departamento de Aviación Naval de EE.UU, como la titulada La destrucción, realizada en 1943 y que representa una dramática escena en la que un avión Grumman Avenger lanza sus bombas sobre un submarino. Otros pintores que aportaron al citado departamento obras similares fueron Georges Schreiber, Joseph Hirsch o Howard Baer.
Gil Cohen sirvió como artista en el Servicio Militar de Inteligencia de EE.UU, en el oeste de Alemania. Sus pinturas están presentes en importantes colecciones de todo el mundo y nos hacen reflexionar sobre el gran esfuerzo invertido por el hombre para conseguir finalmente esa destrucción que toda guerra significa. Quizás su mayor distintivo es su aportación del elemento humano a las escenas bélicas. Su obra Regreso a casa refleja la vuelta a la base de una tripulación de la Fuerza Aérea norteamericana. En ella Cohen, con su precisión y capacidad para captar los momentos rutinarios pero a la vez más desconocidos de una guerra, nos proporciona casi una instantánea fotográfica.
Frank Wootton (1914-1998) nacido en Milford, Hampshire, estudió en la Escuela de Arte de Eastbourne. Más tarde trabajó como artista para la RAF y la Royal Canadian Air Force. Pintó numerosos escenarios del conflicto, desde las trincheras francesas hasta las batallas libradas en el sudeste asiático. Sus obras están en los mejores museos de aviación del mundo.
James Dietz, natural de San Francisco, se graduó en el Art Center College of Design en 1969. Comenzó siendo un ilustrador de éxito para convertirse poco a poco en un pintor especializado en los conflictos bélicos. Muchas de sus obras se centran en la aviación tanto de la Segunda Guerra Mundial como de otras contiendas posteriores, y todas ellas con un sello muy particular. Efectivamente, sus pinturas no muestran solo los aparatos en su evolución en el cielo, sino que nos hablan de sus tripulaciones, sus mecánicos, sus pilotos, a través de escenas que recogen los momentos inmediatos al vuelo o los preparativos de las aeronaves en tierra. El meticuloso detalle, la inclusión a veces de lo anecdótico, nos hacen contemplar una parte de la guerra generalmente reservada a los que vivieron en esos escenarios.
Muchos otros siguen ilustrándonos el conflicto, entre ellos podemos destacar a Jerry Crandall que ha capturado imágenes de la Segunda Guerra Mundial con una exactitud propia de los hiperrealistas, muchas veces como fruto de su investigación y sus conversaciones con pilotos y tripulaciones. Sería injusto no citar el nombre de Robert Taylor, casi un sinónimo de la aviación en el arte a partir de los años 70 del pasado siglo, cuyas vibrantes y detallistas escenas bélicas son tan apreciadas entre los coleccionistas.
El fin de la contienda y el protagonismo civil
Por desgracia, los últimos recuerdos dejados por la aviación en esta segunda contienda fueron totalmente desoladores, baste recordar el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, transportadas por los B29, un avión que fue la mayor estructura presurizada construida en la época. No obstante, de nuevo los apoyos recibidos por esta industria durante la guerra proporcionaron a la aviación grandes posibilidades fuera del ámbito militar. En el campo civil fueron surgiendo nuevos materiales y nuevos aparatos con mayor autonomía, mayor potencia y más rápidos, mientras otras aeronaves bélicas fueron reconvertidas hacia el transporte de pasajeros o carga. Asimismo algunas de estas aeronaves fueron aprovechadas para misiones humanitarias, muy necesarias tras el conflicto. Entre los nuevos modelos ya presurizados destaca el Locheed Constellation o el Boeing Stratocruiser. Del primero nos ofrece una maravillosa estampa el pintor sudafricano Darryl Legg; un acrílico sobre lienzo que realizó por encargo en mayo de 2009. El primer Constellation perteneció a la compañía TWA y efectuó su primer vuelo en 1946, su característica cola lo hace fácilmente identificable.
Otro avión muy utilizado por la compañía rival de la TWA, la United Airlines, fue el DC-3. Aunque sus orígenes se remontan a los años 30, fue posteriormente uno de los aviones más comunes para el transporte de pasajeros. El pintor británico John Young con su obra Heartland Express rinde un homenaje a este avión en el momento del despegue de la pista de un pequeño aeropuerto de los años 50 en Estados Unidos. John Young es un auténtico artista enamorado de la aviación desde su niñez, cuando asistió a una exhibición aérea en un campo cerca de Chesham. La mayoría de sus pinturas han sido adquiridas por el Museo de la RAF. Otras están en museos de entidades oficiales de los EE UU.

'Lockheed Constellation', de Darryl Legg.
La creación en 1950 del denominado Air Force Art Program en Estados Unidos supuso un impulso y un apoyo a estos artistas, ya que ofreció la oportunidad a muchos de ellos de viajar con la Air Force a localidades en todo el mundo para poder observar los servicios que este cuerpo prestaba, y con el propósito de recoger en sus obras los eventos de los que eran testigos.
Asimismo permitió la convivencia de los artistas con los auténticos protagonistas de la guerra lo que facilitó la creación de obras de alta calidad y realismo. Sus pinturas trascienden la pura representación de un avión, para mostrarnos también sentimientos, sensaciones, frustraciones. Este programa no aportó un cambio en el objeto central de sus composiciones, sino un diferente punto de vista, una convivencia entre el artista y la atmósfera que inspira sus obras.
El reconocimiento artístico
Con el paso de los años, este género de pintura ha ido ocupando el lugar que merece, en parte porque también la aviación ha ido alcanzando mayores cotas de adeptos y mayor importancia en todos los ámbitos. Quizá los precursores en el reconocimiento de este tipo de artistas sean los franceses, quienes ya en 1931 crearon Le Corps des Peintres, Graveurs et Scupteurs de Département de l’Air, como un reconocimiento a los artistas que han consagrado su talento a la aeronáutica y al espacio. En los años 70 también empezaron a nacer asociaciones en otros países, como la británica ya citada The Guild of Aviation Artists (GAvA) que hoy cuenta con más de 500 miembros, o la norteamericana American Society of Aviation Artists (ASAA) que agrupa a los más afamados artistas, muchos de los cuales han producido las mejores muestras pictóricas dentro de la iconografía de la aviación de los últimos años. Fue fundada en 1986 y no solo se encarga de apoyar y proteger a los artistas asociados, sino que promueve numerosos actos, foros y exposiciones. Sus cinco miembros fundadores -Keith Ferris, Jo Kotula, Bob McCall, R. G. Smith y Ren Wicks- tenían cada uno más de 45 años de experiencia en el campo de la pintura aeronáutica. Hoy día esta asociación agrupa a más de 150 artistas miembros y otros tantos asociados, todos ellos enamorados del mundo de la aviación. Su elenco temático abarca desde los primeros biplanos de la Primera Guerra Mundial, pasando por la ya mencionada “Golden Age” hasta la explosión tecnológica que supuso la Segunda Guerra Mundial, o el vuelo supersónico.
Del mismo modo han ido surgiendo asociaciones en otros lugares como Canadá, donde se encuentra la Canadian Aviation Artists Art Association, o la Women Aviation Artists que agrupa a varias mujeres pintoras especializadas en este género.
Todo ello, junto a la creación de fundaciones y entidades de apoyo a la cultura aeronáutica o la celebración de eventos relacionados con la aviación, ha propiciado que hoy dispongamos de muestras pictóricas de todo tipo de escenas relacionadas con la aviación. En uno de estos acontecimientos, el centenario de la base aeronaval de Toulon-Hyeres celebrado el pasado año, está pintada la obra del francés Stéphane Ruais, en la que, a través de casi un esbozo de pinceladas nos permite apreciar la magnitud del nuevo helicóptero militar NH-90, estacionado en medio de la base. Foto 10. Una aeronave muy diferente a la que el californiano Craig Kodera, piloto de aerolíneas y procedente de una familia muy ligada a la aeronáutica, muestra en su Pájaro en la mano. Con un McDonnell Douglas 530 realizado en un estilo fotorrealista que sobrevuela a muy poca altura un paraje de selva, Kodera nos recuerda la importancia que los helicópteros tuvieron en muchas contiendas.
Con el paso de los años, este género de pintura ha ido ocupando el lugar que merece, en parte porque también la aviación ha ido alcanzando mayores cotas de adeptos y mayor importancia en todos los ámbitos
Aviones anteriores a la Primera Guerra Mundial siguen inspirando a Troy White como una sinfonía de notas de colores que bailan en el aire. El mismo dice: “Me gusta utilizar vivos colores en lienzos de gran escala, disponiendo los aviones en los ángulos y maniobras más radicales”. Así nos los presenta en su obra La carrera de las Valkyrias, fechada en el 2006.
Un realismo casi fotográfico nos lo proporciona el argentino Carlos A. García, en su Boeing 737-700 de Aerolíneas Argentinas sobrevolando la montaña Fitzroy en la Patagonia. La poderosa aeronave, vista en medio de la soledad y belleza de este majestuoso paisaje muestra, de algún modo, la fe en las posibilidades de la aviación del siglo XXI.
Una visión muy diferente de la aeronáutica la proporciona el catalán Ernest Descals, pintor manresano que, aunque confiesa que “cualquier artista ansía dejarse enamorar por el máximo de temáticas distintas”, sin embargo su admiración por la valentía de muchos aviadores y por sus aviones le han inspirado varias obras, como la titulada En el hangar, un óleo con apariencia casi de collage que nos muestra en primer plano la hélice de un antiguo aparato en medio de un viejo hangar, como un canto con toques muy personales a los inicios de la aviación.
Otro español muy especializado en este género es el madrileño Fernando de la Cueva. Piloto privado y de vuelo sin motor, es miembro de la ASAA de Estados Unidos, ha obtenido numerosos premios y su obra ha estado expuesta en múltiples galerías. En medio de un fondo empastado y una paleta de colores muy libre, Fernando nos presenta un Twin Beech que, según sus propias palabras, “destila clase y nostalgia de épocas pasadas”.
Tal como comenté al principio, con este artículo solo he pretendido despertar el interés de algún aficionado -tanto a la aviación como a la pintura- para que su lectura pueda animarle a profundizar un poco más en este género. Finalmente no querría concluir sin señalar el apoyo que desde el Ejército del Aire se presta a estos artistas, a través del certamen de pintura aeronáutica que esta institución convoca todos los años. Por citar solo un ejemplo, y por lo diferente de otras obras que se muestran aquí, me ha parecido interesante recoger la titulada La ilusión de volar, galardonada con el 2º premio en el pasado certamen. Un acrílico sobre tela de David Casals Moreno, en el que el autor hace un guiño al espectador en un lienzo que aúna la ingenuidad de la mirada infantil con la imagen de ese avión al que la alta tecnología ha prestado una velocidad poderosa, y que continua suscitando asombro y admiración en el ser humano, como ya ocurrió en los primeros tiempos de la aviación.