REVISTA ENARTE #7,
El papel de los bosques

El papel de los bosques



Por Begoña Calzón

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La emergencia climática –declarada sin ambages por el Parlamento Europeo en noviembre– quizá no sería tal si se hubiera conseguido revertir la deforestación en el mundo. Cierto que en Europa aumenta la superficie forestal, y España sobresale como el segundo país con más terreno agreste, tras Suecia. ¿Pero es su gestión actual sostenible en el tiempo?

 

La explotación económica de los recursos forestales es objeto de polémica dentro del propio ámbito de la silvicultura. Se apunta que la reforestación ha abusado de las especies de crecimiento rápido, no siempre autóctonas, como el eucalipto y el pino, de las que se extrae el 96% de la celulosa. La polémica, que empezó hace años por los sellos que distinguen al papel, alcanza ahora a toda la gestión de los bosques, incluso a aquellos certificados como sostenibles. En todo caso, es evidente que los bosques son un aliado natural para regular los ciclos del agua.

El papel reciclado se convirtió en la gran esperanza para salvar los bosques a finales del siglo pasado, cuando Naciones Unidas demostró un avance inusitado de la deforestación en el mundo. Apareció entonces la primera certificadora mundial para asegurar la “gestión forestal sostenible”: FSC (Forest Stewardship Council), liderada por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWW), de la que también forman parte Greenpeace, organismos públicos y empresas públicas y privadas.

mar de pinos

Mar de pinos gestionados y aprovechados desde la Edad Media.

Desde posiciones maximalistas, en nuestro milenio se apuesta por la oficina sin papel. En la práctica, es un horizonte todavía lejano para la mayoría. Si se pretende un consumo responsable de los recursos del planeta, la cuestión parece dirimirse entre comprar papel reciclado o no, ahora que no es tanta la diferencia de precios.

Frente al avance de las sequías, los bosques ayudan a regular los ciclos del agua y actúan como depósitos de carbono

Pero buscar el logo en su empaquetado que indica que se ha fabricado con pasta de celulosa extraída de la recogida selectiva (el célebre triángulo de vectores) no basta por sí solo para asegurar que su producción sea más respetuosa con el medio ambiente que la del fabricante de papel nuevo. Es más, ni siquiera asegura que el 100% de la pasta no contenga parte de celulosa virgen, lo que, en mayor o menor proporción, es práctica común para conseguir un papel de calidad.

Las relativas garantías de los sellos

Susana Domínguez, presidenta de Bosques Sin Fronteras, organización para la protección y divulgación de los árboles y los bosques del planeta, afirma: “Muchas veces pensamos que el papel reciclado es bueno per se y gastar papel nuevo, malo per se, y no es así siempre”.  Esta experta apunta a la fuente de energía de las plantas de producción, recuperación y reciclaje como primer factor a tener en cuenta, pues la industria papelera es electro-intensiva.

Por ejemplo, una planta de reciclaje de papel china, alimentada básicamente con carbón, hace sostenible la producción de papel nuevo de una planta tipo en España. Si, además, lo comparamos con las plantas de reciclaje españolas, que –según datos de Aspapel– utilizan básicamente gas natural y biogás, la diferencia es considerable. Pero también será preferible comprar papel nuevo a papel reciclado si, para blanquearlo, se recurrió a un proceso de clorado.

Operadores y expertos en silvicultura coinciden en que la certificación es relevante a fin de orientar a los consumidores en estas espesuras. “Los sellos de calidad deberían hacer mayores esfuerzos de comunicación”, considera Domínguez.

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Reciclaje de cartón.

En la Unión Europea funcionan dos esquemas de certificación voluntaria reconocidos, por lo que sobre ellos pivotan los sistemas de homologación nacionales de la calidad (en España, conforme a las normas UNE EN ISO): además del internacional, que propone la ya mencionada FSC, está el sistema impulsado por la industria europea desde 1999, llamado PEFC (siglas en inglés del Programa para el Reconocimiento de Certificación Forestal), que valora sobre todo criterios de gestión que son ya tradicionales en la ordenación de los montes. En cambio, FSC impone replantaciones y medidas de conservación de la biodiversidad, por lo que las ONG ambientales se inclinan por ella.

Ahora bien, aunque la industria papelera y las explotaciones maderas, por lo común, trabajan conforme a ambas certificaciones, las hectáreas sometidas a los controles de FSC en España suponen poco más de la décima parte que las que siguen los criterios de PEFC. Aspapel también destaca el aumento de la difusión de la certificación de los productos finales, que alcanza al 59% de la producción.

Susana Domínguez, presidenta de Bosques Sin Fronteras: “El papel reciclado no es siempre bueno per se y gastar papel nuevo no es siempre malo per se

Desde la perspectiva del consumidor, ambos marcados aseguran la trazabilidad de la cadena de custodia. Introduciendo en internet el número de certificación que aparece junto al logo en el producto, se puede rastrear la madera de procedencia. Ambos indican también la proporción de fibra reciclada “post-consumo”, esto es, la que se utilizó para otro uso y sin que puedan incluirse los recortes de fábrica.

Además, indicarán si se ha seguido un proceso de blanqueamiento libre de cloro mediante la nomenclatura TCF. Cuando en su lugar aparecen las siglas ECF significa que se utilizó dióxido de cloro. En Europa esto también se suele indicar mediante la flor que distingue a la ecoetiqueta europea, si bien no se audita la utilización de este sello.

Por su parte, las organizaciones ecologistas consideran preferible “reducir el consumo” de papel a tomar la cautela de aprenderse los sellos. Alba García, responsable de la campaña de plásticos de Greenpeace, subraya que “sustituir los envases de plástico de un solo uso por los de papel, como las bolsas de supermercado, no es la solución, sino cambiar la cultura del usar y tirar que justifica el derroche y el sobreembalaje”.

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Fábrica de reciclado Irmasol.

El potencial de la silvicultura española

La industria papelera española aduce tres avances clave: de una parte, reutiliza casi el 80% de sus residuos, entre los que destaca el aprovechamiento del vapor de agua mediante sistemas de cogeneración para los procesos de secado; de otra, el buen funcionamiento de los diversos sistemas de depósito y recogida selectiva (entre otros, mediante el popular “contenedor azul”), pues proporcionan dos tercios del total que se procesa en España; y, por último, la producción de papel reciclado se erige como la tercera en volumen de la UE, tras las de Alemania y Francia.

Este último hito adquiere especial relieve en contexto competitivo, pues, en España, la producción de madera es deficitaria y, de hecho, se precisa importar para atender el 25% de la demanda. Se concentra en la cornisa cantábrica, donde crecen los bosques de tipo atlántico, con especies frondosas y de maderas nobles. Su productividad es la más baja de Europa, pues se aprovechan poco más del 40% los recursos madereros, según la Sociedad Española de Ciencias Forestales.

Los otros dos principales productos de nuestros bosques son la resina y, en especial, el corcho. España destaca como la segunda mayor proveedora mundial de este material aislante, tras Portugal, cubriendo casi un tercio de la demanda del planeta. Se extrae de los bosques de la región mediterránea, sobre todo de Andalucía, Extremadura y Gerona.

La deforestación

El papel reciclado, en definitiva, son las hojas que no dejan ver el bosque, porque, aun siendo una cuestión a observar, el problema fundamental es otro: la FAO indica que el 16% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero se deben a la deforestación, debido a la función de los bosques como reguladores de los grandes ciclos de la vida, desde el agua a la fijación de carbono, que en su forma gaseosa (CO2) es el contaminante más abundante en la atmósfera. Según el último informe de esta Organización de las Naciones Unidas, la deforestación es la segunda causa más importante del cambio climático después de la quema de combustibles fósiles”.

No es el caso de España, gracias al gran esfuerzo que –según fuentes oficiales y WWW– se ha hecho en materia de protección de los bosques desde los noventa, precisamente, para contrarrestar la extensión de los tiempos de sequía. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación estima que el 55% del territorio nacional es forestal, sobre todo en Castilla y León, pero precisa que es el País Vasco donde tenemos mayor superficie arbolada. De hecho, si se toma como referencia la superficie arbórea, España pasa de la segunda posición en Europa a la tercera, tras Suecia y Finlandia.

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Bosque-de-El-Cedro-Parque-Nacional-de-Garajonay-La-Gomera. Foto Turismo de Canarias
Bosque de El Cedro Parque Nacional de Garajonay La Gomera. © Turismo de Canarias.

Reforestar no ha evitado la España vacía

La labor protectora de los espacios naturales  y el endurecimiento del Código Penal para los incendiarios se aducen como los grandes motivos para que los bosques hayan aumentado un 31% entre 1990 y 2010, según el último Anuario Nacional Forestal. A pesar de ello, Jordi Vayreda, del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de la Universidad Autónoma de Barcelona advierte que “en su mayor parte ello se debe al abandono de su gestión, generalmente porque ya no es rentable”, habida  cuenta de que el 80% de los bosques son de propiedad privada, sobre todo en Galicia.

El último informe de la Sociedad de Ciencias Forestales echa leña al fuego de la España vacía (o vaciada, según las versiones), al señalar que”desde 2008 hasta 2014 (último dato disponible) se ha perdido un 39% del empleo en la industria forestal”, lo que se añade a una pérdida del valor añadido bruto del sector de más del 31%.

La industria forestal ha perdido un 39% del empleo

La Asociación Sectorial Forestal Galega sostiene que “la tendencia de los últimos años hacia la reforestación” determina el aumento de los bosques, si bien mediante “especies de crecimiento rápido tanto en frondosas como en coníferas, por la búsqueda de mayores beneficios económicos”. Entre las frondosas, las objeciones por el avance de eucalipto en Galicia han permeado en la Administración, que ha puesto en marcha “brigadas deseucaliptadoras”. Otro tanto ocurre con la plantación masiva de Pinus pinaster en los bosques mediterráneos, como Doñana, donde se reivindica que la gran área devastada por las llamas se repueble con alcornoques y otras especies autóctonas.

Al margen de la industria, REE, el operador nacional de la red eléctrica, emprendió hace diez años un proyecto para la recuperación de los bosques degradados, que se comprende dentro de su política de gestión ambiental. El proyecto ‘El Bosque de Red Eléctrica’ ya acaricia el millar de hectáreas recuperadas, repartidas en 14 áreas, el último en la Sierra de Gata (Salamanca). Vicente González López, jefe del Departamento de Sostenibilidad del Grupo, lo tiene meridiano: “Consideramos absolutamente prioritaria la reforestación con especies autóctonas. Por ejemplo, en las labores de recuperación del Bosque de los Alcornocales en Cádiz llevamos a cabo la sustitución de eucaliptos por acebuches, especie típica del bosque mediterráneo”.

Aunque considera que lo ideal es una reconversión a medio y largo plazo, Susana Domínguez es sensible a la afectación que estas medidas conservacionistas puedan tener en la industria, y previene que uno de los grandes problemas del mundo rural es su incertidumbre ante el futuro.

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