Centenario del dirigible Torres Quevedo-Guadalajara
Juan Manuel RiesgoEl dirigible que diseñó y desarrolló el ingeniero de caminos Leonardo Torres Quevedo ha cumplido cien años con plena vigencia y actualidad. Todavía hoy se utiliza este modelo que ideó una de las mentes científicas y técnicas más brillantes de principios del siglo XX, un hombre que además de su famoso dirigible también inventó el actual trasbordador del Niágara.
Una de las coincidencias que más me han llamado siempre la atención de nuestra Historia, es que en el corto intervalo de poco más de ocho meses, nacieron cuatro de los más grandes genios que ha dado España al mundo. El 1 de mayo de 1852, nació en Petilla de Aragón (Navarra), el premio Nobel en Medicina Santiago Ramón y Cajal, hijo del médico Justo Ramón Cassasus y de Antonia Cajal Fuentes. El 25 de junio de 1852, veía la luz en Reus el prodigioso arquitecto Antonio Gaudí Cornet, hijo del calderero Francisco Gaudí y de Antonia Cornet, hija y nieta de caldereros. El 28 de diciembre de 1852 nació en Santa Cruz de Iguña, pedanía de Torrelavega (Santander), Leonardo Torres Quevedo. Y el 28 de enero de 1853 nació en La Habana el considerado mejor escritor en lengua castellana de América durante el siglo XIX, José Martí Pérez, hijo del sargento valenciano de Artillería del Ejército español Mariano Martí y de la tinerfeña Leonor Pérez Cabrera. Como Cuba perteneció a España hasta 1898, debemos considerar a Martí a todos los efectos español, pues además, murió en Cuba (Dos Ríos) el 19 de mayo de 1895 y, pese a su prematura muerte, dejó una abundantísima producción bibliográfica. Cajal, Gaudí y Torres Quevedo, fallecieron a avanzada edad (Gaudí en accidente) y por ello pudieron legar a la posteridad sus geniales y asombrosos logros.

El dirigible Torres-Guadalajara, luego denominado Torres- Quevedo.
Leonardo Torres Quevedo, de origen andaluz y vasco, era hijo de un ingeniero de caminos, Luis Torres Vildosola y Urquijo, y de Valentina Quevedo de la Maza, de ilustre familia cántabra. Con sus padres se trasladó a Bilbao donde cursó el bachillerato brillantemente. Cuando su progenitor debió de abandonar esta ciudad por razones de trabajo, quedó a cargo de unas tías solteras, las hermanas Barrenechea, hecho fundamental en su vida. La brillantez en los estudios y la seriedad de Torres Quevedo, así como el afecto que siempre profesó a sus tías, le hicieron ganar el cariño de éstas que le nombraron heredero. Gracias a esta herencia, Torres Quevedo pudo dedicarse a la ciencia y a la inventiva ya que tenía asegurada su vida, como le ocurriría al también ingeniero de caminos Juan de La Cierva Codorniz (hijo de un ministro de Alfonso XIII) que, además de gozar del apoyo financiero, primero de su madre y después de su padre, fue elegido diputado desde muy joven.
Otra de las circunstancias que favoreció a Torres Quevedo fue también de tipo familiar (1), ya que en la misma Casona Quevedo de Santa Cruz de Iguña, nació en 1847 su primo y buen colaborador Joaquín Bustamante Quevedo, sabio inventor de torpedos, minas y proyectiles eléctricos y director de la Escuela de Torpedistas de la Armada en Cartagena. Joaquín Bustamante fue designado como tripulante de la Fragata Triunfo y de la Goleta Covadonga en las que se trasladaba la Comisión Científica al Pacífico, la expedición española a América más importante del siglo XIX. Desafortunadamente, un grupo de inmigrantes vascos fue maltratado en el Perú llegando a ser asesinado uno de ellos, Ormazabal, así como el cabo de cañón de la Flota Fradera en el puerto de El Callao, con lo cual, una visita de paz acabó en guerra.
Y Bustamante, que formaba parte de la tripulación de la Goleta Covadonga, el único barco español capturado mientras bloqueaba un puerto chileno, se vio obligado a estar 16 meses prisionero.

Pedro Vives, Alfredo Kindelán, Emilio Herrera, Emilio Jiménez Millas y el suboficial Antunes, en la barquilla del dirigible España.
Como su primo Leonardo Torres Quevedo, Joaquín Bustamante tenía unas ideas muy claras de la proyección de España en América y, a pesar de su dedicación a los ingenios de las minas eléctricas, los torpedos y los proyectiles eléctricos, de superficie y fondo, y de ser autor de un tratado de electricidad, de telémetro y de batería de costa, pidió la vuelta a la Armada. Al declarar EEUU la guerra a España en 1898 fue nombrado Jefe del Estado Mayor de la flota del Contralmirante Cervera. En contra de sus deseos, no se llevaron a Cuba sus torpedos y minas más avanzadas, pero Bustamante combatió heroicamente en tierra a la infantería estadounidense resultando herido de muerte y falleciendo el 19 de julio de 1898 en un hospital de Santiago. Le fue concedida a titulo póstumo la Cruz Laureada de San Fernando, máxima recompensa militar en tiempo de guerra.
Esta valerosa muerte indica la tenacidad y obstinación de esta familia y su dedicación plena al servicio de España. Su primo Leonardo Torres Quevedo triunfó en muchos campos de la invención y fue un precursor con intuición genial de la cibernética. Construyó el ajedrecista informático e inventó el primer mando a distancia. Lo diseñó para dirigibles pero lo aplicó a embarcaciones logrando pilotar en la ría de Bilbao y por control remoto un barco lleno de periodistas. Pensó en utilizar esta técnica para los torpedos submarinos y así completar los inventos que la muerte de su primo impidieron culminar. Desafortunadamente, el Gobierno del momento no atendió, quizá por falta de medios, tan interesante proposición y al igual que De La Cierva, acabaría construyendo sus inventos fuera de España.
LA CONQUISTA DEL AIRE
Aunque Torres Quevedo había hecho el bachillerato en Bilbao, luego había estudiado en el colegio de los hermanos de la Doctrina Cristiana en París, lo que le permitió aprender francés, un aspecto esencial ya que, en el futuro, le serviría para ver reconocidos sus inventos por la Academia de Ciencias de Francia. De vuelta a España con su familia, ingresa en 1871 en la Escuela Oficial de Ingenieros de Caminos, en Madrid, carrera que finaliza brillantemente en 1876 lo que no le impide alistarse voluntariamente en el Ejército Liberal para defender Bilbao del Cerco Carlista. Hace viajes de estudios por Europa y se plantea lograr avances técnicos que coloquen a España al nivel de las otras naciones europeas que sin las guerras civiles y conflictos españoles están experimentando saltos espectaculares de tecnología que van a dar lugar a un retraso español respecto al resto del continente.
Dos son los grandes inventos en este campo del asombroso Leonardo Torres Quevedo que, como el genial renacentista de su nombre, dedicó su interés e insaciable curiosidad a multitud de campos. Uno de ellos sería el “Spanish Aerocar” o trasbordador del Niágara, y el otro, su famoso dirigible.
Torres Quevedo triunfó en muchos campos de la invención y fue un precursor con intuición genial de la cibernética. Construyó el ajedrecista informático e inventó el primer mando a distancia
Aunque no necesita trabajar, Torres Quevedo dedica parte de su vida al ferrocarril y guiado por su insaciable curiosidad empieza a desarrollar un ferrocarril funicular o tranvía funicular, un vehículo suspendido de un cable que puede superar grandes pendientes, valles e incluso cascadas, como luego va a ocurrir en el Niágara. Primero construyó uno en su propia casa, “el trasbordador de Portolón” y más tarde construyó un funicular para transporte de mercancías en el río León de Iguña. Después de muchos estudios entre 1885 y 1887, pudo culminar con éxito sus dos grandes realizaciones en este campo, el trasbordador del Monte Ulía en San Sebastián en 1907 y el del Niágara, en Canadá en 1916. Por las reticencias estadounidenses al tratarse del invento de otro país hubo de hacerse en la parte canadiense. En funcionamiento desde esa fecha nunca ha tenido un solo accidente grave, como explica Francisco González de Posada en su biografía sobre Torres Quevedo.

Uno de los inventos más famosos de Torres Quevedo es el trasbordador del Niágara, el Niagara Spanish Aerocar, que aún está en uso.
PROYECCIÓN INTERNACIONAL
La patente de esta invención fue registrada en España el 17 de septiembre de 1877 y posteriormente en EE.UU., Francia, Gran Bretaña, Alemania, Austria e Italia. Este triunfo en el aire se vio acrecentado con el nombre de “Spanish Aerocar” que ha pasado a la posteridad con la connotación de su similitud a la del nombre de uno de los más populares aviones y que en mayor número se han construido en España.
Torres Quevedo observó con su insaciable curiosidad, los avances que en el campo de las aeronaves menos pesadas que el aire, habían experimentado los franceses, especialmente los hermanos Tissandier que, en 1883, habían utilizado un globo en forma de huso propulsado por un motor eléctrico. En 1897, Schwartz construye en Berlín el primer dirigible envuelto en plancha de aluminio. El 2 de julio de 1900, el Conde Von Zeppelín prueba con éxito el primer dirigible de su invención. Lo construye de tipo rígido para poder resolver los problemas de marcha y pilotaje. En 1901, el brasileño afincado en París Santos Dumont, después de seis pruebas, consigue el 21 de octubre dar una vuelta alrededor de la Torre Effiel. Pero estos dirigibles no son muy prácticos, no pueden plegarse y su gran volumen plantea problemas de aeronavegabilidad, además de necesitar grandes motores y mucha potencia para su movimiento.
Por ello, Torres Quevedo (2) va desarrollando su dirigible solventando tres problemas; primero, conseguir que los motores sean de poco peso y así lograr mayor estabilidad; en segundo lugar, prescindir de la armadura rígida para evitar daños personales en aterrizajes forzosos o accidentes, evitando además los daños por las inclemencias del tiempo que pueden dar lugar al desgarro del globo. En tercer lugar, al ser una armadura flexible, resulta mucho más fácil el transporte del dirigible vacío que se puede llevar en dos camiones. Uno para la envuelta y armadura y otro para la barquilla.
El armazón de cordones de seda estaba formado únicamente por un sistema de cables cosidos de tal manera que la presión interior les obligaba a formar una armadura rígida de sección transversal triangular. Tres cables principales exteriores iban a lo largo del dirigible dividiendo este en tres partes o lóbulos, por lo que este dirigible recibió también el nombre de trilobulado. Este sistema permitía variar el centro de gravedad del dirigible pudiendo, así, subir y bajar mejor e incluso cambiar la posición de la barquilla que se manejaba mediante un sistema de cables desde un torno con volante.
Torres Quevedo, muy dedicado a la aeronáutica, fue uno de los fundadores del Real Aeroclub de España en los terrenos del nuevo mítico “Cuatro Vientos” cuya inauguración presidió el Rey Alfonso XIII el 19 mayo de 1905. Por ello, al conocerse sus avances revolucionarios en la técnica de la construcción de dirigibles, el teniente coronel Vives Vich, jefe del Servicio de Aerostación, cuya sede estaba en Guadalajara, ofreció a Torres Quevedo los talleres del polígono militar de esta ciudad para experimentar su dirigible flexible.
Debido al gran prestigio que el inventor tenía al empezar el siglo XX (convertido en un ejemplo para los españoles en 1901), se le había nombrado Director del “Laboratorio de Mecánica Aplicada”, luego denominado de “Automática”. Contaba, además y sobre todo, con el apoyo de su colega, también ingeniero de caminos y luego Ministro de Fomento, José de Echegaray. Una Real Orden de 4 de enero de 1904, creó el “Centro de Ensayos de la Aeronáutica”. La Junta Directiva de la revista Ateneo de la que formaban parte entre otros Cajal, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal y Rodríguez Carracito, pidieron al Gobierno y a las Cortes “que no se dejaran malograr los esfuerzos de una inteligencia tan privilegiada como la de Torres Quevedo por falta de medios”(3). Más adelante, en 1908, el Ministerio de Instrucción Pública (hoy Educación) decidió que en el Palacio de la Industria y de las Artes se instalaran la Escuela de Ingenieros Industriales, el Museo de Historia Natural y los Laboratorios de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. El Laboratorio de Torres Quevedo no se terminaría hasta marzo de 1910, junto a los altos del antiguo hipódromo, hoy Residencia de Estudiantes.
El problema era el espacio que se necesitaba para experimentar con un dirigible de gran tamaño. Algunas pruebas, como los aerosteros militares en su origen, las hizo en la Casa de Campo, y otras en Moncloa, en los campos de cultivos experimentales de la Escuela de Ingenieros Agrónomos, origen de la actual Ciudad Universitaria. Por ello aceptó con satisfacción el ofrecimiento del teniente coronel Vives para utilizar el polígono de Guadalajara. El proyecto del dirigible había sido presentado con éxito en las Academias de Ciencias española y francesa. Con una viga interior triangular funicular, el inventor solucionaba el problema de la suspensión de la barquilla donde iba la tripulación y se gobernaba la aeronave. Así se suprimía gran parte del cordaje exterior que originaba la mayor resistencia al aire con lo que se conseguía un notable aumento de la velocidad. Además se lograba un transporte más fácil y el abaratamiento de los costes de construcción (4).
En Guadalajara, contó desde el principio con la colaboración de los Capitanes de Ingenieros y Aerosteros Emilio Herrera y Alfredo Kindelán. La de Herrera, como también le ocurriría a Juan de La Cierva que recibió inteligentes sugerencias para el desarrollo de su Autogiro, fue desinteresada. La de Kindelán, no tanto. Pues si bien se ofreció a pilotar personalmente el dirigible desde una reducida barquilla, lo cual era meritorio para alguien de tan gran estatura, acabó exigiéndole que se llamara el invento Torres-Kindelán.
Guiado por su insaciable curiosidad, desarrolla un ferrocarril funicular o tranvía funicular, un vehículo suspendido de un cable que puede superar grandes pendientes, valles e incluso cascadas
El hangar del Parque de Aerostación Militar media sólo 28 metros de largo, mientras que el dirigible inflado alcanzaba los 39 metros. Esa fue una de las causas por las que Torres Quevedo llegó a alquilar el frontón Beti-Jai de la calle Riscal para algunos de sus trabajos. Los aerosteros militares se dedicaron con ilusión al dirigible Torres Quevedo o Torres Guadalajara, pero hubo bastantes inconvenientes. Las hélices Voisin se retrasaron, todavía no estaba en funcionamiento la fábrica Amalio Díaz de Getafe, que sería la mejor española de la especialidad. Los motores franceses Levauser, también se entregaron tarde. Leonardo Torres Quevedo había previsto que el dirigible pudiera funcionar con un solo motor, y así se efectuaron las pruebas. No obstante, parte de la envoltura se había utilizado antes para globos militares y no estaba en buen estado. Por falta de gas, se empleó el de alumbrado hasta que se dispuso del proporcionado por la empresa “Gasometro”, con algunos problemas derivados de una explosión en la fábrica matriz de Zaragoza.
Además, Kindelán participaba en la competición de globos más importante del mundo, “La Gordón Bennet”, y fue protagonista de un arriesgado vuelo con todo tipo de incidencias. A Torres Quevedo le molestó mucho que la revista francesa L’aerophile, en un artículo titulado “Un dirigible militar español” que publicó en su número de febrero de 1906, le atribuyera al capitán Alfredo Kindelán en exclusiva el invento de la aeronave. Estas noticias alteraron el trabajo conjunto cuando ya el dirigible estaba muy encaminado hacia el éxito.

Retrato de Torres Quevedo, por Sorolla.
EL TRIUNFO DEL INVENTOR
Torres Quevedo, se entrevistó con el Director de Aeronáutica, Rodríguez Mourelo, y con el general de ingenieros Marvà y, por fin, una Real Orden dirigida al Ministerio de la Guerra, agradecía al capitán Kindelán los servicios prestados, pero el globo-dirigible debía llevar el nombre de su inventor, el ingeniero de caminos Leonardo Torres Quevedo. Así se publicó el 29 de julio en la Gaceta de Madrid.
Mientras, el invento de Torres Quevedo llamó poderosamente la atención de la casa francesa Astra que había realizado varias pruebas fracasadas con otro tipo de dirigibles. Pedro Vives, Alfredo Kindelán y el mecánico Joaquín Quesada se trasladaron a París y después de varias pruebas adquirieron un dirigible del tipo Clement Bayard, de no demasiado éxito, al que se bautizó como España. Sufrió continuas averías en su estructura exterior y dos accidentes, uno de ellos al golpearse contra un monte de la sierra madrileña. Hizo sólo 23 vuelos, la mayoría entre Guadalajara y Cuatro Vientos. Para él se construyó un hangar fijo en Guadalajara, en el polígono de Aerostación, y otro semifijo que cuando el España se dio de baja fue trasladado a la base aeronaval de El Prat, donde fue aprovechado para los dirigibles de la Aeronáutica Naval.
Este Dirigible España, costó 300.000 pesetas cuando con 100.000 se podrían adquirir tres o cuatro aviones, lo que dio lugar a la protesta de varios diputados. Su mayor éxito tuvo lugar el 7 de febrero de 1913 cuando el Rey Alfonso XIII, su cuñado el príncipe Mauricio de Battemberg (familia que tiempo después cambió este apellido de origen alemán por el más britanizado Mountbattem) y el teniente general Marina (jefe de la primera región militar) realizaron un vuelo histórico despegando de Cuatro Vientos a las 17:00 horas y sobrevolando Leganés, Alcorcón y Venta la Rubia durante 20 minutos. La tripulación, como corresponde a tan importante ocasión, fue excepcional: el coronel Vives, los capitanes Kindelán y Herrera y el teniente Emilio Jiménez Millas, actuando como mecánico Joaquín Quesada. Este dirigible que, a pesar de su breve vida, se hizo famoso al sobrevolar el barrio de los Austrias, Palacio Real, San Francisco el Grande y el Seminario, pasó a la historia de Madrid por su alargada y curiosa silueta que proyectaba sobre nuestros históricos edificios. A principios de 1914 fue dado definitivamente de baja.
Mientras el gobierno español acabó adquiriendo un dirigible de dudosa eficacia, en febrero de 1908, el Astra-Torres voló felizmente en París pilotado por el capitán José María Samaniego y el piloto francés Carnier. Pronto la patente fue adquirida por Gran Bretaña y este tipo de dirigibles, vendido a Rusia y Japón. Cuando los Zeppelines alemanes bombardeaban Londres, los dirigibles tipo Torres realizaban labores de protección de convoyes navales y vigilancia antisubmarina. Todavía en la Segunda Guerra Mundial el Gobierno de Estado Unidos utilizó dirigibles para la vigilancia antisubmarina en su costa atlántica.
Aún hoy se utilizan dirigibles tipo Torres Quevedo para la vigilancia de tiburones en la costa de Florida y también para la cámara fija de televisión que retransmite la Súper Bowl en Estados Unidos
Actualmente, aún se utilizan dirigibles tipo Torres Quevedo para la vigilancia de tiburones en la costa de Florida y también para la cámara fija de televisión que retransmite el acontecimiento deportivo más importante del continente americano, la Súper Bowl, la variedad de rugby que se juega en Estados Unidos. Dos de los dirigibles comerciales más conocidos, el de la empresa de neumáticos Goodyear y el de la compañía japonesa Fuji, son del tipo Torres Quevedo y, eventualmente, utilizan para sus giras propagandistas el aeródromo de Cuatro Vientos.
En 1918, a Torres Quevedo se le ofreció ser Ministro de Fomento, cargo que rechazó pero, en cambio, en 1921 presidió la comisión encargada de estudiar las bases españolas sobre las que podrían volar los aviones extranjeros, cuando la aviación civil mundial empezaba a constituirse como el acontecimiento de progreso más importante del siglo. En esta comisión estuvieron el diplomático Fernando Espinosa de los Monteros, el ingeniero militar Emilio Herrera Linares y el hacendista Manuel Cominges, siendo secretario Mariano de Las Peñas.
Ya en su ilustre ancianidad y a instancias del Ministro de Instrucción Publica Fernando de Los Ríos, Torres Quevedo formó parte de la comisión y Patronato que apoyó la Expedición al Amazonas con un barco hidrográfico y un hidroavión del capitán de aviación Francisco Iglesias Brage. Se trataba del proyecto científico español en América más importante del siglo XX. Debido a la Guerra Civil, sólo se efectuó la primera parte de la expedición y un ensayo en la Guinea Española. En esta última empresa estuvieron junto a Torres Quevedo, Ramón y Cajal, Barcía Trelles, Luis Marichalar, José María Torroja, Menéndez Pidal, Víctor de la Serna, Gregorio del Amo, y los catedráticos Blas Cabrera, Eloy Bullon, Ignacio Bolívar, Luis de Hoyos, Luis Lozano, Ortega y Gasset, Gustavo Pittaluga y Hernández Pacheco.