1 diciembre, 2012

La historia aeronáutica a través de los carteles

Carmen de Cima
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La historia de la aeronáutica se ha visto reflejada a través de los carteles y la publicidad que dibujantes y artistas han realizado desde hace más de un siglo. El cartel se encargó de dar difusión a todas las convocatorias, competiciones y exposiciones de la edad dorada de la aviación, consiguiendo que el avión fuese sentido como un logro de todos. También en un siglo tan convulso como el XX, abatido por guerras mundiales y cambios políticos, la publicidad resultó decisiva como medio de persuasión y como instrumento para remover emociones y sentimientos. Más tarde, con la aviación comercial, el cartel aeronáutico adquirió su verdadera dimensión como instrumento de marketing.

 

Hace ahora unos años por estas fechas, recuerdo que mientras leía las últimas páginas de un libro, se coló en medio del silencio de la tarde la conocida sintonía de Maurice Jarre, que tan famosa se hizo como fondo musical de la película Doctor Zhivago. Sin levantar la vista de mi lectura, supe enseguida que, una vez más y como cada Navidad, en alguna pantalla de televisión había tomado presencia el conocido “hombre calvo” de la lotería nacional. ¡Cuántas veces –pensé- esos acordes alegres y acogedores habían despertado en mí sentimientos, siempre latentes y, tal vez ñoños para algunos, que nos evocan estas fechas del año!, y ¡cuántos recuerdos nostálgicos de mi infancia había propiciado la figura de este hombre en la pequeña pantalla! Tras un corto devaneo por estos escondrijos de la mente, pronto mis pensamientos empezaron a discurrir por el terreno de las imágenes publicitarias y su poderosa fuerza para despertar en nosotros sensaciones y experiencias que trascienden con mucho la propia imagen física que vemos.

 

Quizás también porque siempre esos últimos días del año resultan muy propicios para la filosofía y la meditación, o simplemente porque solemos disponer de más tiempo libre, lo cierto es que continué analizando esta relación imagen-sentimiento que prometía dar para mucho, y...los más de treinta años ligada profesionalmente al mundo de la aeronáutica, sin duda,... para más.  

 

Y digo esto, porque fruto de esa “deformación profesional” o de mi pasión infinita por los viajes, lo cierto es que con una facilidad pasmosa vinieron a mi cabeza carteles con imágenes de islas paradisíacas, de pasajeros elegantes subiendo a imponentes barcos flotantes,  o de globos multicolores surcando los cielos. Creo que fue entonces cuando pensé ¡qué cantidad de emociones diferentes había conseguido inspirar en nosotros ese afán sempiterno del hombre por volar! Y, a la inversa, cómo muchas veces esas emociones nos remitían a la propia imagen publicitaria que, reiteradamente aparecía cuando experimentábamos alguna de estas sensaciones. Y es que ¿quién no se ha sentido harto alguna vez de la rutina que conlleva la vida diaria, ha pensado en evadirse de todo y abandonarse en cuerpo y mente en una isla tropical? Y ¿quién, por el contrario, cuando este deseo ha venido a su mente, no ha pensado en huir de la monotonía invernal, poner tierra por medio y entrar a formar parte, por ejemplo,  de la tan conocida escena que la Pan American nos propuso en su cartel “Fly to South Sea Isles”? 

 

Seguramente, muchos de nosotros tenemos grabada en nuestra retina la figura de esa elegante indígena recostada lánguidamente, con su torso bronceado y su cabeza coronada por una diadema floral. Una apacible y exótica escena que parece transcurrir en la bahía de Pago Pago, donde esta compañía hacía escala en sus rutas de las islas del Pacífico. ¿No es cierto que su contemplación, aun hoy día,  nos inspira un deseo de evasión?, y este exótico paisaje ¿no constituye casi un placebo para la relajación?

Cartel de la Pan American promocionando su destino en las islas del Pacífico. EE.UU, años treinta.

CARTEL INSPIRADOR DE SUEÑOS

Tal vez porque las respuestas a todas estas preguntas fueron afirmativas, fui consciente del poder de la publicidad y más concretamente de lo que supuso el cartel desde sus primeros tiempos como inspirador de sueños y sensaciones. Incluso, pensé que este medio publicitario había servido  como propiciador de experiencias, tal vez nunca vividas por muchos de sus coetáneos. Fue entonces cuando comencé a investigar sobre lo que había supuesto en concreto el cartel aeronáutico en la historia y el desarrollo del transporte aéreo. Una investigación que años después culminaría con la publicación de Aeronáutica y Publicidad, editado en 2012 por la Fundación Aena. Un libro cuya contribución principal es recopilar en una sola obra más de 500 carteles que nos muestran toda esa evolución que la ciencia aeronáutica ha experimentado, desde el último tercio del siglo XVIII, hasta los años sesenta del pasado siglo.  

 

Está claro que desde que aquellos hermanos, hijos de un fabricante de papel de Anonnay (Francia), los Montgolfier, observaron, con motivo de uno de sus juegos, cómo las bolsas de papel invertidas sobre un fuego se elevaban y eran transportadas por el viento, hasta que hoy día tomar un avión se ha convertido en un acto cotidiano, han sido muchos los avatares y los cambios que se han producido en la aeronáutica. Ya desde finales del XVIII, el cartel, tanto en paredes como en la prensa escrita, fue el principal medio para dar a conocer cualquier producto o innovación. Convencida de que encontraría suficiente material de sus manifestaciones en este campo, contacté con entidades, museos, galerías y coleccionistas, y, gracias a su inestimable colaboración, descubrí muchísimos ejemplos de este tipo de publicidad, que tanto a artistas como a artesanos había inspirado la ciencia aeronáutica. Y cuantas más muestras hallaba, más me atraía y me rendía al grandioso poder de esta expresión del arte y la mercadotecnia. Una manifestación que aúna texto e imagen y que tanto debió al francés Jules Chéret, a quien se atribuye la paternidad del cartel moderno, allá por la segunda mitad del siglo XIX.

 

Continuando con mi buceo en este cúmulo de muestras aeronáuticas que el arte del cartel nos había dejado, llegó un momento en el que tuve que poner orden en todas ellas y busqué un hilo conductor que aportase una coherencia al libro. Pronto comprobé que la propia historia de la publicidad había evolucionado en paralelo con la de estas imágenes aeronáuticas que se almacenaban en mi mesa y en mi ordenador y es que, si tenemos en cuenta que el primer vuelo con un avión no ocurrió hasta 1903 y que, en paralelo, se realizaban ascensiones y travesías con aerostatos, los primeros tiempos de esta ciencia se desarrollaron en pleno auge del cartel como medio publicitario: la primera mitad del pasado siglo. Por tanto, quedaba claro el discurso de la obra, que no sería otro que intentar ofrecer una crónica de la aeronáutica en imágenes.

 

Sin embargo, como ocurre muchas veces con el autor y su obra, ésta toma unos derroteros que no eran los previstos o no se analizan aspectos en los que previamente se había pensado. En mi caso, por imperativos de tiempo y espacio, no pude abordar matices que en su comienzo fueron casi el motivo inspirador. Pero como suele decirse, siempre existe una segunda oportunidad, como la que ahora me ha brindado este artículo. Una ocasión que he querido aprovechar para ahondar en una faceta del cartel apenas examinada en el libro: la capacidad de los carteles para generar sentimientos o, incluso, para manipularlos, tal como veremos en algún momento de su historia. Para este propósito también puede resultar válido elegir como hilo conductor el relato histórico de cómo se desarrollaron los acontecimientos en la aeronáutica.

 

ILUSTRADORES PARA LA POSTERIDAD

Tras los primeros experimentos de los Montgolfier, se perfeccionó la técnica, se utilizaron nuevos combustibles y se elevaron globos fabricados con diversos materiales, en los que volaron animales y personas. Unos vuelos que permitieron al ser humano ver la realidad con otra perspectiva, dominar un ámbito hasta entonces solo reservado a las aves y, lo que es más importante, probar que el hombre no estaba irremediablemente ligado a la tierra. Allí estuvo presente también el publicista, el ilustrador de carteles que dejó constancia de múltiples eventos relacionados con la aerostación. Imágenes de ingrávidos globos dieron la vuelta al mundo, anunciando las competiciones de estos aerostatos y de los famosos premios que en torno a ellas se crearon. Ejemplo clásico fue la copa Gordon Bennett, establecida por el famoso periodista James Gordon Bennett, Jr., dueño del New York Herald, cuyo primer encuentro tuvo lugar en París, en 1906 y que continuó celebrándose durante muchos años, con la excepción de las dos guerras mundiales. La publicidad de estos encuentros nos ha dejado numerosas imágenes, en las que vemos esas enormes esferas que, a pesar de su envergadura, eran capaces de surcar los cielos, proporcionando mil experiencias estimulantes a sus tripulantes y logrando la admiración de todos cuantos se quedaban allí abajo.

 

Pero no solo estas artesanales máquinas para volar sirvieron a los propósitos deportivos o de transporte de unos privilegiados aeronautas. Contar con la ascensión de alguna de estas aeronaves era un espectáculo del que los organizadores de cualquier evento festivo no querían prescindir. Los alrededores de pueblos y ciudades se convirtieron en campos idóneos para estas exhibiciones, en las que avezados tripulantes daban muestras de su pericia y, en ocasiones, brindaban  la posibilidad al público de embarcarse en alguno de estos “globos voladores” para disfrutar de lo que se dieron en llamar “experiencias aerostáticas”. 

 

Causaban tal entusiasmo y expectación que consiguieron convertir estos encuentros lúdicos en exhibiciones que despertaban el interés tanto del pueblo llano como de la nobleza y la monarquía. Y resulta innegable hoy día que la contemplación de los carteles e ilustraciones de la época que rememoran este tipo de espectáculos nos transmiten todas aquellas atractivas sensaciones que debieron sentir nuestros antepasados, ante la contemplación de este tipo de eventos aeronáuticos. A menudo nos entran ganas de compartir alguno de esos vuelos cuando vemos su oronda imagen en algún póster  y sentir esa sensación de libertad que siempre lleva  aparejada el vuelo. También con ellos podemos transformarnos en  espectadores de élite de aquel París de finales del XVIII  o de nuestra  madrileña pradera de San Isidro, donde también se celebraron muestras de este tipo.  

Cartel de la Exposición internacional de Austria-Hungría. Viena, 1912

EXHIBICIÓN E IRONÍA

Pero la imagen de estos globos surcando los cielos también la hemos visto muchas veces asociada al espectáculo circense, al conocido lema “más difícil todavía” y es que, probablemente, no haya existido una acrobacia perseguida con más tesón por el hombre que la de sostenerse en el aire como un ave.  Por ello, el circo pronto vino a sumarse con sus espectáculos a estas demostraciones, en las que acróbatas y funámbulos alternaban sus números tradicionales con otros en los que  eran sostenidos o elevados por estas naves flotantes. La publicidad nos ha dejado múltiples ejemplos de estos affiches que anuncian entrañables exhibiciones circenses. ¡Cuánta fascinación y sueños infantiles despertaron estas imágenes en su tiempo! Unas imágenes que hoy, sin duda, conservan el encanto y la candidez de un tiempo pasado, -no sabemos si mejor-, pero sí capaz de hacernos sentir un poco niños.

 

También la prensa satírica del momento, siempre ingeniosa y mordaz, utilizó la rechoncha figura de los globos aerostáticos para ridiculizar a personajes del momento. Muestra de este uso tan particular tenemos, por ejemplo, la ilustración aparecida en la revista Papagayo en la que vemos a un hombre, inflado a la manera de un globo, que encarna a la Política y que quiere llegar a la Luna, defendida esta por un turco, mientras otros hombres, que representan las naciones de Europa y del norte de África, están a punto de caer desde el globo a la cazuela, que en este caso representa a la Guerra. La escena refleja una ingenua y sabia ironía que hoy día nos transmite una mezcla de comicidad y añoranza muy entrañable.

 

Pero sería otro aerostato, el dirigible, capaz no solo de flotar en la atmósfera, sino también de ser dirigido en un determinado sentido, la aeronave, cuya imponente presencia despertaría todo tipo de sueños. Y no solo  para aquellos que lo pudieron contemplar directamente sobre sus ciudades, sino también  para quienes únicamente pudieron conocerlo a través de las imágenes que el cartel les brindó. Tal como afirmaba Guillaume de Syon en un riguroso estudio sobre estos aparatos, su imagen fue más impactante para la memoria colectiva que la de ninguna otra máquina. En este sentido, no deja de resultar curioso que, aunque muy pocos tuvieron el privilegio de volar en alguno de estos dirigibles, sin embargo sus contemporáneos lo adoptaron como una insignia propia, como un signo de poder y también de modernidad. Una  imagen que la publicidad tampoco desperdició, dejándonos varias muestras de su figura fusiforme como evocadora de sueños y de un futuro prometedor, tal como el cine y la literatura se encargarían también de rubricar con mil historias protagonizadas por estos grandiosos aerostatos.

 

EL AVIÓN ENTRA EN ESCENA

Pero pronto entró en la historia el avión, una aeronave más pesada que el aire, provista de motor y cuyo rumbo el hombre podía dirigir a su merced. Primeramente su imagen fue artesanal, de madera y tela, y con poca o casi ninguna concesión a la aerodinámica, a la ligereza o a la ingravidez, como parecería propio de unos aparatos que pretendían emular a los pájaros. Sus primeros despegues parecían más pequeños saltos  de dinosaurios que elegantes ascensiones de cualquier ave. No fue esto obstáculo para que pronto, entre todos sus coetáneos, estas proezas voladoras despertasen una admiración increíble. Quizás porque como todo sueño que se hace realidad, volar fue uno de los espejismos largamente lastrados por la humanidad o porque fue la comprobación de que fábulas e historias mitológicas habían dejado de pertenecer al terreno de la imaginación para convertirse en algo real. Lo cierto es que la fascinación que suscitaron estos primeros vuelos se plasmó pronto en la convocatoria de todo tipo de eventos: exposiciones aeronáuticas, festivales aéreos, obras literarias protagonizadas por intrépidos aviadores o incluso fuente de inspiración para promocionar cualquier tipo de productos o acontecimiento. Y en estos primeros años del pasado siglo, no solo se mitificaron los aviones como muestra irrefutable del avance de la tecnología de la época, sino que también sus pilotos aparecieron ante los ojos de esta sociedad como un nuevo tipo de “ángeles”, de héroes dignos de toda admiración y respeto. Sus vuelos y travesías ocuparon portadas de las más diversas publicaciones y, por supuesto, el cine se encargó también de que estos héroes nos hiciesen vivir multitud de intrépidas aventuras.

 

Pero si el publicista no hubiese dado testimonio de este fervor suscitado por la aviación, quizás la mayoría de la población de la época no hubiese sido partícipe de de la trascendencia del nuevo invento. Pensemos lo paradójico que resulta que este nuevo transporte causase tanta sensación, cuando la inmensa mayoría de la sociedad de la época nunca pudo disfrutar de sus ventajas, como sí ocurrió, en cambio, con otras tecnologías como la electricidad, el teléfono o el cine. En efecto, el cartel se encargó de dar difusión a todas las convocatorias aeronáuticas, competiciones y exposiciones y tuvo mucho que ver en el hecho de que la aeronáutica y, en concreto, el avión fuese sentido como un logro de todos.

 

Símbolo de una nueva era, fue la imagen de modernidad de toda una época. Ilustradores, y artistas nos han dejado escenas llenas de colorido como la de ese maravilloso vals de aeronaves, globos y dirigibles que nos propone el artista E. Montaut en el cartel de la Gran Semana de la Aviación, celebrada en Reims (Francia) en 1909. Todas ellas forman parte de la iconografía del cartel aeronáutico en estos años. Una iconografía que tampoco dejó de lado el componente estético y artístico de estos años. Valga como ejemplo el delicioso cartel que da cuenta de la Exposición Internacional de Austria-Hungría, celebrada en Viena en 1912, con unos toques tan modernos que sin duda estaría a la altura de cualquier póster actual. Cualquiera de ellos nos hace vivir esa fe en el progreso que la aeronáutica simbolizó en aquellos años.

 

LA EDAD DORADA DE LA AVIACIÓN

Pero si en algún momento la publicidad ha sido capaz de transmitir ese sentimiento de triunfo, de futuro y modernidad que la aviación despertó entre sus coetáneos, ese ha sido durante el tiempo transcurrido entre las dos guerras mundiales, la denominada Golden Age de la aviación. Y es que, sin lugar a dudas, ese ha sido el periodo más apasionante de su historia. Cada día se batían récords y se atravesaban océanos y continentes con aeronaves más potentes y seguras, gracias al desarrollo experimentado por la industria aeronáutica. Los festivales aéreos, tanto civiles como militares, formaron parte indiscutible de la vida de las ciudades de Europa y Estados Unidos.  Se organizaron competiciones internacionales en las que se batieron marcas de distancia o de velocidad, y se dejó constancia de la superioridad del avión como medio de transporte frente a otras aeronaves, los dirigibles.

 

El cartel también fue evolucionando; ahora ya importaba más el mensaje que la estética, y el funcionalismo fue tomando importancia en él. El texto comenzó a primar sobre la figuración y la tipografía cobra un mayor  relieve.  En estos años se sucedieron los certámenes de aviación y los logros de esta industria continuaron ocupando lugares destacados en las exposiciones internacionales de todos los países. La propia industria aeronáutica empezó a ver la necesidad de promocionarse y aparecen entonces carteles publicitarios de motores, radiadores o lubricantes para aviones.

Cartel de propaganda del nazismo. Alemania, 1939

PUBLICIDAD Y PROPAGANDA

Poco a poco, la aviación deja de ser solo una actividad lúdica y deportiva, para convertirse en un medio de transporte, nacen ya algunas compañías aéreas y se produce el desarrollo de una importante industria del sector.  Es a partir de aquí, cuando el cartel, más que dar cuenta de acontecimientos, tendrá la finalidad de publicitar un producto, un servicio y, lo que es importante, también de diferenciarlo frente a otros competidores. En consonancia con esto, el cartel se hace más austero, con menos concesiones al adorno y al color que los realizados en los primeros años de la aeronáutica. Además, las crisis económicas como la de los años treinta en Estados Unidos y Europa hacen que los diferentes países busquen soluciones en distintos regímenes políticos o ideologías. Todo ello tuvo también su impacto en el cartel, que se pone al servicio de muchas de estas políticas y pierde arte y frescura para convertirse en auténtica propaganda. Con su contemplación vienen a nosotros sensaciones de inquietud y negros augurios de los acontecimientos que poco después azotarían el pasado siglo.

 

Ciertamente, en un siglo tan convulso como el XX, abatido por guerras mundiales, revoluciones internas y un sinfín de cambios políticos, la publicidad resultó decisiva como medio de persuasión y como instrumento para remover emociones y sentimientos, especialmente, en los periodos que coincidieron con los conflictos bélicos. Dos guerras mundiales y la Guerra Civil Española dieron lugar al empleo de múltiples consignas y mensajes. Los llamamientos a la población de todo tipo y la utilización de imágenes impactantes -madres angustiadas, niños llorando, etc.- fueron argumentos utilizados por cualquiera de los bandos en lucha. 

 

Banderas y símbolos de todas las ideologías también formaron parte de la iconografía de los carteles de estos años. Los propósitos fueron muy comunes en todas las contiendas: alistamiento de civiles, utilización adecuada de los recursos, obtención de fondos para sufragar la guerra, etc.  De hecho, ya en la Primera Guerra Mundial se reconoció la importancia de la publicidad como medio necesario e irrenunciable para contar con el apoyo de la población en cualquier decisión política. En este sentido, son claras las palabras del historiador M. L. Sanders, en una de sus obras, cuando afirma: “De las numerosas lecciones que pronto se desprendieron de la Primera Guerra Mundial, una de las más significativas fue que la opinión pública no podía ser ignorada por más tiempo como un factor determinante en la formulación de las políticas públicas”. 

 

La presencia de dirigibles, aviones o aguerridos pilotos tuvo su cuota de contribución a la enorme proliferación de propaganda que afloró en todas estas contiendas. Fruto de la utilización del avión como un arma de guerra, la tecnología aeronáutica alcanzó a lo largo de estas contiendas una evolución y unos avances espectaculares. De aquellas primitivas y toscas aeronaves, en las que el tirador iba sobre el fuselaje disparando al enemigo, se pasó a la fabricación de auténticos bombarderos, a finales de la primera contienda. Con la contemplación de los pósters de los tres conflictos también podemos hacernos una idea de la evolución que el sector experimentó con el transcurso de estas confrontaciones. En efecto, la Segunda Guerra Mundial fue el motor que impulsó definitivamente la industria aérea y sentó las bases para el desarrollo de la industria espacial. Nunca como hasta entonces había estado tan clara, por parte de todos los gobiernos,  la importancia estratégica que suponía disponer de una potente flota aérea.  

 

El avión durante todos estos conflictos aparece en los pósters como instrumento de grandes posibilidades bélicas, tanto por su agilidad o versatilidad, como por su capacidad de destrucción. No  faltan las imágenes sobre los efectos que los bombardeos producen sobre las ciudades o la población. Como toda propaganda, estas imágenes y mensajes servían a unos propósitos muy concretos.  En ocasiones se utilizaban para elevar la moral del bando propio, recurriendo a ilustraciones en las que aparecía su fuerza aérea aplastando al enemigo y, en otras, se ofrecían todo tipo de escenas violentas con el fin de mostrar la crueldad del bando contrario. También se utilizaron estos mensajes visuales y de texto para prevenir a la población respecto de las peligrosas consecuencias de no adoptar las precauciones necesarias frente a los bombardeos aéreos. Escenas desoladoras  sobre  los efectos de estos abundan sobre todo en la Guerra Civil Española, en la que no faltaron ejemplos de una propaganda bastante directa y brutal. Recordemos la imagen del poderoso avión sobre la cabeza de una madre y su hijo aterrorizado, bajo el lema: “Para acabar con esto”, que fue uno de tantos motivos utilizados para solicitar el alistamiento de la población.

 

PILOTOS Y PROFESIONALES ENTRAN EN CARTEL

Pero no solo los aviones fueron la imagen elegida por el cartelista en tiempos de guerra. La figura idealizada de los pilotos fue utilizada una y mil veces en  las tres guerras citadas y en la propaganda de todos los países que participaron en ellas.  Pilotos en pleno combate, a bordo de sus aparatos o de pie, con el rostro evocando una fe segura en la victoria, animaban a la población a seguir sus pasos, a tomar parte en la contienda o servían para solicitar fondos con los que poder sufragarla.

 

Por otra parte, ya en la Segunda Guerra Mundial y anteriormente en la Guerra Civil Española empieza también la mujer a tener cierto protagonismo en estos carteles, bien como trabajadora en las fábricas o como profesional de la aeronáutica en cualquier puesto. A nuestra memoria viene, por ejemplo, la  imagen del rostro sonriente de una controladora aérea, animando a sus compatriotas a unirse a la WAAF (Women’s Auxiliary Air Force) para ayudar a la Fuerza Aérea del Reino Unido o la figura de la miliciana, protagonista de algunos carteles de la contienda española.

 

Lo que es indiscutible es que la propaganda como generadora y manipuladora de sentimientos fue alcanzando cotas muy elevadas a lo largo de estos conflictos. Resulta muy ilustrativo este texto que aparece en la web de la National Archives and Records Administration de los Estados Unidos, a propósito de su  importancia: “Las pistolas, los tanques y las bombas fueron las principales armas de la Segunda Guerra Mundial, pero hubo otras armas de guerra más sutiles también. Palabras, carteles y películas libraron una batalla constante por los corazones y las mentes de los ciudadanos que seguramente fueron tan eficaces contra el enemigo como las bombas de los militares”. 

 

TRANSPORTE AÉREO COMERCIAL

Capítulo aparte dentro del cartel aeronáutico merece el desarrollo del transporte aéreo comercial, es decir, aquel que se produce en torno a los años 30, cuando la aviación perdió ese halo de magia y de aventura que rodeó los primeros años  de esta actividad y alguien vio en ella no solo un medio de transporte de personas y carga, sino también una industria capaz de generar grandes ingresos. De este modo, la aviación adquiere un claro carácter comercial y comienzan a nacer empresas o aerolíneas que, a cambio del pago de un pasaje aéreo, transportaban, de un lugar a otro, pasajeros y mercancías. Es entonces cuando el cartel aeronáutico adquirió su verdadera dimensión como un instrumento de marketing, y pronto se convirtió en una poderosa arma para captar nuevos clientes y para diferenciarse entre la competencia. Una competencia que en un principio fueron otros medios colectivos de transporte, especialmente el barco y el ferrocarril.  

 

Al principio, los publicistas encontraron en los grandes transatlánticos sus primeras fuentes de inspiración, y los propios empresarios de las compañías aéreas diseñaron y decoraron el interior de los aviones, en consonancia con el lujo y distinción que aquellos brindaban a su pasaje. Incluso los uniformes de pilotos y tripulaciones fueron en aquellos primeros años muy similares al de aquellos que prestaban servicio en estos grandes palacios flotantes. De hecho, el interior de estas aeronaves parecían auténticos vagones de suntuosos trenes o cabinas de algún trasatlántico, en los que el pasajero podía disfrutar de cómodos y espaciosos sillones y era agasajado con todo tipo de atenciones. 

 

Miles de carteles se imprimieron en estos años con los que se decoraron las paredes de oficinas de viajes y aeropuertos. Mostraban generalmente aeronaves cruzando los más diversos parajes; aviones sobrevolando grandes barcos o trenes, como señal inequívoca de la superioridad de este medio; o hidroaviones amerizando en bahías de todo el mundo, mientras elegantes pasajeros con sus equipajes aguardaban su turno para subir a ellos. En ocasiones, junto al avión aparece un texto que nos da cuenta de la ruta, del precio de cada trayecto o de las ventajas que suponía el ahorro de tiempo. Con el desarrollo de la  industria aeronáutica veremos cambiar los modelos, e incluso aviones como el mítico DC-3 y posteriormente el Lockheed Constellation o el Concorde tomarán el protagonismo en el cartel, por encima del de la propia compañía.  

 

Pero sobre todo y ante todo, si algo transmitían los carteles de estos inicios del transporte aéreo comercial era el glamour y distinción de sus pasajeros. Ataviados con pieles y joyas, aparecen relajados y seguros ante el próximo embarque o mientras descienden por las escalerillas del avión. Como un testigo de la moda del momento, sus imágenes servirían para elaborar una crónica social en torno a este medio. Era muy necesario inspirar tranquilidad ante el gran reto que en aquellos tiempos suponía la seguridad para el avión. Había que transmitir sensación de que éste era un medio seguro y reservado solo a unos pocos.  Una forma de viajar que, por sí misma, ya colocaba al pasajero en una situación de envidiable privilegio, con respecto a cualquier otro viajero. Todo esto se encargó de mostrarlo la publicidad y lo trató con mimo y con detalle en el cartel.  

 

EL DESTINO SE CONVIERTE EN PROTAGONISTA

Años más tarde y con la fiabilidad que va adquiriendo este medio de transporte, el mensaje de su capacidad para alcanzar destinos lejanos, exóticos o culturales cobra protagonismo en el cartel. Es ahora cuando la figura de la  aeronave pierde importancia o se minimiza, y todo gira en torno a una imagen que potencia los atractivos de ese lugar donde finaliza el viaje. Ciudades como París, Nueva York o Londres protagonizarán cientos de carteles de las aerolíneas. Destinos turísticos, playas, islas o lugares provistos de una naturaleza atrayente serán también la ilustración preferida de los publicistas de estos años. Años cincuenta y sesenta del pasado siglo, en los que la disponibilidad de tiempo libre y el desarrollo económico ya trajeron consigo la posibilidad de disfrutar de unos días en algún lugar turístico. Las compañías abrirán nuevas rutas, y destinos como el Caribe, Sudamérica o incluso Oriente entrarán a formar parte de su radio de operación.

 

Antes de que la televisión se hubiera colado en sus vidas y les hubiese acercado muchos de estos lugares, seguramente, alguno de estos carteles tuvo algo que ver con el deseo de nuestros antepasados de cruzar los mares o cambiar de aires. ¡Cuánto han significado estos carteles en la afición del hombre  por viajar, por  conocer nuevos lugares!, ¡cuánto han tenido que ver en el acercamiento de pueblos y culturas!  Y, finalmente, ¡cuánto han contribuido a la tolerancia, a la apertura de horizontes y –por qué no- al viaje en sí mismo, aunque solo sea con de la mente!…

 

Y de nuevo, como al principio de estas páginas, vuelvo a contemplar la imagen de aquella preciosa isla del Pacífico que la Pan American nos dejó. Observo aquel gigantesco hidroavión que acercó a nuestros abuelos a ese maravilloso paraje y mi mente, sin dudarlo, se sube a bordo de este Boeing 314 que, con una facilidad asombrosa, me traslada a la bahía de Pago Pago.

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