‘EC-HRO’, un cuento sobre personas que salvan vidas. Día Nacional del Trasplante
24 Mar 2021
Con motivo del Día Nacional del Trasplante publicamos ‘EC-HRO’, un cuento de la trabajadora aérea Cándida Martínez para reconocer la loable labor de todos los profesionales que cada año hacen
posible que miles de personas puedan tener una segunda oportunidad gracias a un trasplante.
La publicación del cuento es una iniciativa de Fundación ENAIRE, en colaboración con la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), que se enmarca en el resto de acciones del Día Nacional del Trasplante. Este año la jornada se centra en el impacto que ha tenido la crisis del coronavirus en la actividad de donación y trasplante, en los pacientes trasplantados y, sobre todo, en cómo los profesionales sanitarios han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias para sacar adelante los programas de trasplante.
El Día Nacional del Trasplante es un evento anual promovido por la Unión de Trasplantados de Órganos Sólidos (UTxS), que engloba a asociaciones de pacientes trasplantados como la Federación Nacional de Enfermos y Trasplantados Hepáticos (FNETH), la Federación Española de Asociaciones de Lucha Contra las Enfermedades del Riñón (ALCER), la Federación Española de Trasplantados del Corazón (FETCO), la Federación Española de Fibrosis Quística (FEFQ) y la ONT.
EC-HRO, de Cándida Martínez
Rosa Vallejo no podía dormir. Lo había intentado todo; las suaves y mullidas sábanas no habían servido para envolverla en un dulce sueño; tampoco había surtido efecto la valeriana que se había tomado antes de medianoche.
Una sensación extraña recorría su cuerpo y, sobre todo, se había adueñado de su estómago sin saber qué le ocurría a ciencia cierta.
Una vez más, abandonó la cama a tientas y, al incorporarse, sus pies encontraron abrigo en unas raídas zapatillas que dormían quietas debajo de la cama.
Los últimos meses no habían resultado fáciles… El cansancio se acumulaba entre turnos de trabajo, visitas hospitalarias, decisiones…
Caminó por el pasillo torpemente arriba y abajo hasta que por fin se detuvo frente a la puerta entreabierta de la habitación de su hijo Lucas.
Cuando Rosa se desvelaba, le encantaba permanecer inmóvil con su nariz pegada al marco respirando el aire infantil que emanaba del cuarto. Comprobaba cómo el pequeño de 7 años dormía hecho un ovillo en su camita y le cantaba:
Duerme pequeño, no tengas temor
Que mamá te canta una nana con amor
Había sido la de Rosa una maternidad tardía ya pasados los cuarenta. Ahora, con 49, se enfrentaba a la enfermedad de Lucas con uñas y dientes mostrando una valentía y seguridad de las que había carecido en su juventud.
El nacimiento del pequeño la había convertido en una leona siempre vigilante y atenta con su cría protegiéndola y ofreciendo su seno materno como refugio ante cualquier ataque.
Lejos de allí a 900 kilómetros de distancia en el Hospital Ramón y Cajal de la ciudad de Málaga, en la habitación 30 G, una madre lloraba desconsolada al escuchar al doctor comunicarle que su hijo había entrado en muerte cerebral.
Ya nada podía hacerse.
Su dolor fue tan profundo y desgarrador que, durante unos minutos, permaneció paralizada frente a la ventana de la habitación negando con la cabeza una y otra vez, impotente ante la partida de su hijo Matías de tan solo 8 años.
El doctor se quedó a su lado acompañándola en espera de preguntas que pudieran aliviar su pesar.
– Sabe, doctor, me gustaría que el corazón de mi hijo siguiera regalando vida.
– ¿Está segura?
– Sí. Quiero que otro niño pueda sonreír gracias a Matías. Así, su muerte por lo menos tendrá una razón de ser- explicó con entereza.
La hora del fallecimiento tuvo lugar a las 00:57. A partir de ese momento, una red solidaria entre donante y receptor comenzó a tejerse a contrarreloj en la fría madrugada malagueña.
El hospital Ramón y Cajal notificaba a la ONT (Organización Nacional de Trasplantes) la donación del corazón del pequeño y con suma rapidez alertaba a su equipo de cirujanos de guardia para comenzar con la extracción.
Escasos minutos después, se escuchaba la vibración de un teléfono móvil. Era el de Rosa Vallejo.
En un principio pensó que estaba soñando al ver parpadear las siglas ONT en la pantalla. Tantas veces había imaginado ese momento…Lo dejó sonar y cerró con sigilo la puerta de la
habitación de su hijo.
Ya en el pasillo, se dio cuenta que la llamada era real y contestó con voz temblorosa.
Al otro lado de la línea hablaba Marta Gámez, coordinadora de trasplantes, quien sostenía en su mano la ficha médica de Lucas Fernández Vallejo cuyo grupo sanguíneo y características
concordaban con las del malogrado Matías.
Rosa no podía creérselo; se quedó sin palabras; hubo tal silencio que Marta pensó que la comunicación se había cortado; luego llegaron las risas, el llanto, el entusiasmo y, a la vez, una mezcla entre esperanza y miedo por la intervención a la que iba a someterse Lucas.
El reloj marcaba la 1:34 de la madrugada. No había tiempo que perder. El periodo de isquemia de un corazón está entre 4 y 5 horas desde la extracción, así que cada minuto era vital para salvar la vida del pequeño.
Rosa se apresuró a despertarle para llegar cuanto antes al Hospital Universitario de La Coruña, donde iba a realizarse el implante de corazón. A través de un perfecto y delicado mecanismo de solidaridad, aquel trasplante recreaba el ciclo vital de la forma más sutil: la muerte de
Matías daba paso a una nueva vida para Lucas.
Mientras tanto, en Málaga, la extracción del corazón había resultado un éxito y el equipo de cirujanos de guardia ya estaba de camino, a escasos minutos del aeropuerto de Málaga donde
la CESSNA 550 con matrícula EC-HRO esperaba para volar hacia La Coruña, tras previa organización de la ONT.
Al mando, el Comandante Tomás, experimentado piloto con más de 6.000 horas de vuelo, y su ayudante Enric. Realizaban el último chequeo a la aeronave antes de la llegada del equipo médico con el órgano. Cuando se trataba de un trasplante infantil, los dos mimaban hasta el último de los detalles y concluían el procedimiento entrelazando sus manos para recitar una oración:
Señor, escucha la oración que te dirigimos:
Que al surcar los cielos,
los aviones propaguen en el espacio lejano
la alabanza de tu nombre
y sirvan para que, con tu bendición,
actuemos con sabia prudencia
a fin de que cuantos viajan en avión
alcancen felizmente la meta que les espera.
Sus caras reflejaban el ansia por despegar y salir cuanto antes hacia destino. Poco tiempo después desde la plataforma, comenzaban a ver unos destellos de luz que poco a poco iban acercándose hacia el stand donde estaba aparcado su avión. El ansiado momento había llegado. Se trataba de la ambulancia procedente del Hospital Ramón y Cajal de Málaga que trasladaba al equipo médico que intervendría en la operación de implante en La Coruña.
Tomás y Enric les dieron una cálida bienvenida a bordo, indicándoles a la vez dónde se encontraban sus asientos y dónde debía viajar el pasajero más especial, la nevera que contenía
el corazón de Matías. A continuación, comenzaba la comunicación con la Torre de Control para solicitar la rodadura (taxi [1]) y el despegue:
EC HRO: Aquí Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar, Málaga rodadura, buenas noches. Plan de vuelo enviado. Esperamos autorización.
Torre: Buenas noches, Málaga. Proceda y ruede de Stand 2 hacia stand 5 Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar.
Unos minutos después:
EC HRO: Eco[2], Charlie, Hotel, Romeo, Oscar, plan de vuelo aprobado, salida instrumentalizada hacia La Coruña por Astro 4 Alfa (A4 A). Transponder 3204- informaban desde la Torre de Control.
Torre: Ok. Salida instrumentalizada por Astro 4 Alfa. Respondemos por transponder 3204- contestó Tomás.
De esta forma, el avión comenzaba su puesta en marcha:
EC HRO: Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar preparado para rodadura y puesta en marcha.
Torre: Puesta en marcha aprobada hacia Oeste. Notifique listo para rodar Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar.
El reloj marcaba las 1:56 de la madrugada. Faltaban escasos minutos para que la Cessna 550 despegara hacia La Coruña:
EC HRO: Málaga rodadura, notifico listo para rodar Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar- comentaba Tomás al controlador a través de su emisora.
Torre: Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar proceda vía Gate Bravo (B) hacia punto de espera
Astro 4 Alfa, pista 10.
…………………………………………………………………………………………………………………….
EC HRO: Málaga Torre. Taxi completado en punto de espera Alfa 4, pista 10. Solicito autorización para despegue Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar.
Torre: Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar entre y mantenga pista 10. Luces de despegue, sin viento, pista 10, autorizado a despegar.
En aquel momento, los pasajeros apoyaron sus espaldas en el respaldo de sus cómodos asientos en cuanto el avión comenzó a tomar velocidad; cerraron los ojos y notaron cómo las ruedas habían dejado de tocar el suelo.
Ya estaban en el aire por fin. La emoción embriagó a todo el equipo médico y algunos comenzaron a mirar por sus ventanas para disfrutar del espectáculo de luces abajo en la ciudad de Málaga, quien les decía adiós.
El viaje transcurrió sin contratiempos y, a la hora fijada, las 3:05, Tomás solicitó maniobra de aproximación y aterrizaje a la Torre de Control de La Coruña:
Torre: Eco, Charlie, Hotel, Romeo, Oscar autorizado a aterrizar pista 33, viento calma [3], QNH 1005 [4] . Notifique nivel requerido.
EC HRO: Requerimos nivel 6000 pies, Eco Charlie, Hotel, Romeo, Oscar.
Previamente, un técnico de la Central Eléctrica había accionado las luces de pista para que el avión pudiera aterrizar y el Centro de Operaciones [5] había recibido el plan de vuelo. Asimismo, un retén de bomberos se encontraba presente en tierra en el momento del aterrizaje, al igual que personal de Handling. Todos ellos de guardia, puesto que el horario operativo del Aeropuerto Coruñés había finalizado a las 00:30 horas.
Cinco minutos después, la CESSNA 550 aterrizaba ligera asistida por el sistema ILS (Instrumental Landing System), ya que en ese momento la niebla dominaba el paisaje nocturno de la ciudad Herculina.
No había tiempo que perder, así que, una vez abiertas las puertas del avión, el equipo médico liderado por el cirujano cardíaco, con nevera en mano, corría hacia la ambulancia que les iba a trasladar al Hospital Universitario para llevar a cabo el implante de corazón.
A su vez, en ese momento, la ONT comunicaba la partida de la ambulancia desde el Aeropuerto a Rosa Vallejo, quien comprendía que debía despedirse en ese mismo instante de
su querido hijo para que éste fuera trasladado al quirófano.
Los escasos 7 kilómetros que separaban la Terminal del Hospital transcurrían a bordo de la ambulancia con frenéticas llamadas de teléfono para coordinar los preparativos con el equipo gallego de 20 personas, formado por cirujanos cardíacos y cardiólogos pediátricos, anestesiólogos, enfermeras pediátricas, perfusionistas y médicos intensivistas.
Nada podía fallar. Lucas esperaba en el quirófano ya dormidito fruto de la anestesia que le habían suministrado unos minutos antes.
En la carretera, la niebla no daba tregua; palidecía todo a su alrededor y lo sumía en tinieblas de forma tan densa que la visibilidad comenzaba a ser mínima. Había que extremar la precaución para evitar cualquier error.
El conductor seguía atento buscando cualquier atisbo de claridad o de segmento de carretera libre de humo blanco, así que tomaba como referencia la línea continua de la derecha de la calzada. Así, durante 3 kilómetros hasta que la poca luminosidad se desvaneció por completo…
Luego accionó el freno y se detuvo en el arcén.
Aquello era una señal inequívoca de fatiga, algo que nunca antes le había ocurrido en los 20 años de experiencia al volante de su ambulancia. Por primera vez, lloraba roto por la
impotencia de verse vencido por la niebla.
Detrás, el equipo médico permanecía mudo, mirándose los unos a los otros sin explicación. Hasta entonces, todo había salido a la perfección. Habían sido 3 horas de una actividad
delirante: la extracción del órgano en Málaga, el viaje hacia el Aeropuerto, el aterrizaje en La Coruña y ahora se encontraban detenidos en el arcén de la carretera a 1 kilómetro del Hospital
donde debían entregar el corazón donado.
De fondo, sólo se escuchaba el limpiaparabrisas que retiraba la humedad que la niebla había provocado sobre el cristal. Nadie decía nada; el miedo se había adueñado de la situación y no era para menos: estaba en juego la vida de un pequeño de 7 años que esperaba aquel corazón como regalo anticipado por su octavo cumpleaños que debía celebrarse el mes siguiente.
De repente, tras unos segundos de incertidumbre que parecieron eternos, el conductor se recompuso; se frotó los ojos y recordó que aquella noche de camino al trabajo, sus vecinos habían bromeado con la densidad tan inusual de aquella niebla tan persistente. Quizás alguna meiga había bebido demasiada agua y había explotado liberando todas aquellas gotitas de agua que se encontraban dispersas en la atmósfera.
Entonces sólo debía esperar, como en la leyenda de los Inuit sobre el origen de la niebla. Debía ser paciente y mantenerse a la espera hasta que ésta se disipara y así poder proclamarse ganador de la batalla.
Tomó el volante con determinación y cerró los ojos… Uno tras otro, fue recitando número a número hasta el 8, su favorito. Abrió los ojos y, como por arte de magia, la niebla se había evaporado.
Entonces, la ambulancia, vencedora en aquella encomiable batalla, comenzaba a rodar de nuevo alcanzando poco tiempo después la puerta de Urgencias del Hospital Universitario.
A partir de aquí, volvieron las prisas, las carreras para que, cuanto antes, el corazón donado llegara por fin al quirófano antes de que dejara de latir.
El testigo final de aquella carrera maratoniana que había comenzado a la 1 de la madrugada en Málaga lo había recibido el equipo médico gallego y otra batalla por la vida se dirimía a partir de entonces. En unas horas, alguien resultaría ganador y alguien sería el vencido.
Aquella noche parecía no tener fin para Rosa Vallejo, la madre de Lucas. Ya no sabía qué hacer; había recorrido con la mirada cada centímetro de la moldura gris del techo de la sala de espera y el sonido del tic tac del reloj ya se hacía insoportable. Además, aquella sensación extraña que no sabía describir había vuelto a su estómago.
Poco después, el sonido de unos pasos que se acercaban le hizo levantarse de su asiento hacia la puerta. Era el doctor Armengol, uno de los cirujanos que había intervenido en el implante:
– Señora Vallejo, la cirugía ha ido perfecta. Puede pasar a ver a Lucas si lo desea.
Rosa acudía rauda a la habitación del pequeño envuelta en un mar de lágrimas y alegría.
Cuando llegó a la puerta, observó que su hijo jugaba con un pequeño avión de juguete.
-Mamá, cuando sea mayor quiero ser piloto para llevar corazones a niños que los necesiten.
Rosa le dio un tierno beso en la frente y, con todo el amor que le embargaba en aquel momento, le cantó:
Duerme pequeño, no tengas temor
Que mamá te canta una nana con amor
NOTA DE LA AUTORA: Sirva este relato para reconocer la loable labor de todos los colectivos aeroportuarios, sanitarios, de servicios y, en especial, a la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) inmersa cada día en ganar la batalla al tiempo coordinando y gestionando actividad en tiempo récord para posibilitar la donación de órganos en nuestro país.
[1] Normalmente, los pilotos y las Torres de Control utilizan el inglés en sus comunicaciones.
[2] En términos aeronáuticos, para referirse a las matrículas de los aviones siempre se utiliza el Alfabeto Radiofónico.
[3] Es el registro de vientos menores a 1 km/h en tierra o menos de una milla náutica/hora (un nudo) en el mar, o la ausencia de todo movimiento.
[4] Un QNH es un código que designa un tipo de sistema de referencia presión-altitud en el entorno aeronáutico.
[5] Los Centros de Operaciones de los Aeropuertos Españoles son más conocidos como CECOA.