
Javier Vallhonrat: “Me interesa sorprenderme”
Por Antonio Casares
Vallhonrat ha sido un referente en publicidad y moda, ha impartido su sapiencia durante más de 30 años en instituciones públicas y privadas de países como Austria, Bélgica, Japón, Méjico, España, Francia o Finlandia. Es poseedor, entre otros, del Premio Nacional de Fotografía o el Premio Bartolomé Ros de PHotoESPAÑA. Fundación ENAIRE ha decidido otorgarle el Premio Trayectoria que homenajea la carrera profesional de un fotógrafo.
Cuando uno conoce a Javier Vallhonrat descubre de nuevo el valor de la pausa, de la curiosidad, de los diferentes ángulos que tiene la mirada. Su rostro refleja quietud, pero sus ojos son vivaces. Licenciado en Bellas Artes y Terapeuta Humanista Integrativo, ha hecho de la fotografía un lenguaje de exploración, de cuestionamiento, de integración, donde intenta posibilitar ese espacio de experiencia que puede incluir lo misterioso, lo paradójico, lo contemplativo, lo inquietante o lo poético.

Hito #1 · Serie Deriva estándar, 2013. © Javier Vallhonrat
¿Todos somos creativos?
Nos viene de equipo, pero, por ejemplo, esa creatividad se focaliza en muchos lugares, la cocina o en el arte...
¿Cuál es más importante, el de la cocina, el del arte…?
La creatividad es una forma natural de nuestro equipo humano. Nuestra inteligencia intuitiva tiene un vocabulario muy pobre. Creo que lo más importante es lo que nos acerca a lo que podemos ser, sea cocinero, padres de familia, ministros, barrenderos, etc. Lo que “podemos ser” es una persona que crece interiormente aunque luego trabaje ocho horas en el Ayuntamiento. Creo que estamos aquí para crecer, tanto interiormente como hacia el exterior; lo que pasa es que llega un momento en que el organismo físico ha alcanzado la cima. Es paradójico porque a mis 65 años mi crecimiento físico está en declive pero sigo generando ramificaciones neuronales porque me dedico a la creatividad y mis neuronas tienen plasticidad porque estoy todo el día en esta gimnasia.
La sabiduría y el conocimiento interno más profundo es otra cosa. Creo que estamos en pañales, por eso digo que estamos aquí para crecer y para ser tanto como queramos.
Entonces, ¿hay que sentir la vida y no pensarla?
Sí, sería algo así. Estar como consciente de esa sensación, que es maravillosa y a veces terrorífica.
¿Por qué es terrorífica?
El ego, la identificación de lo que uno cree que es, tiene resistencia al cambio, nos cuesta mucho desprendernos de lo que creemos ser y, a veces, da miedo.
Eres un fotógrafo que te gusta innovar…
Sí, me gusta curiosear. Soy de observar algo y preguntarme “¿Por qué no esto otro?”. Todo ello me lleva a experimentar cambios y me lleva a la innovación. Lo suelo llamar “exploraciones del lenguaje” porque son conjuntos de signos que acaban configurando una unidad de sentido. Estoy en esas exploraciones del lenguaje que intentan abrir a otros campos las posibilidades de sentido de la obra. Me interesa sorprenderme y si hay algún espectador que también lo haga, pues mejor.
¿Es ilimitada la capacidad de sorpresa?
Espero que sí (risas). Yo sigo haciéndolo. Hice mi formación en Gestalt con 57 años y el haber generado este curso, me sorprendió con cambios internos, con juegos y experiencias que transmito a mis alumnos.
¿Qué es lo que te hizo ser fotógrafo?
Hay una tradición parental. Mi madre tenía un sentido del juego muy desarrollado, era una niña grande, una niña adulta, pues tenía un inmenso sentido de la ilusión y del juego. Algo muy tierno y bello. Mi padre era un hombre curioso, rebelde, audaz y también sensible; ambos tenían creatividad e ilusión pero recibieron una educación que hacía que fuera muy difícil que eso se convirtiera en una profesión. La vida no se lo puso fácil, pero en cambio a nosotros no nos pusieron ninguna traba. Nunca se lo agradeceré lo suficiente... Eran audaces e inconscientes.
Mi madre pintaba de una manera intuitiva, y mi padre nos legó una minibiblioteca suya de fotografía. Él había conocido a José Ortiz Echagüe (le acabó ayudando en sus localizaciones en Almería) y recuerdo en mi casa ver fotos de Irving Penn y Aaron Siskind con 12 o 14 años; la sensación y la vivencia que me produjeron aquellas instantáneas fue algo definitivo. Recuerdo muy vivamente el ser consciente de las realidades diferentes: la habitual y la de la fotografía. De ahí viene la fascinación por ser fotógrafo.
Me encanta una frase del fallecido José Luis Brea: “¿A qué aspiramos? Aspiramos a propiciar iluminaciones profanas”
¿Crees que el photoshop ha hecho que desaparezca la orfebrería de la fotografía?
Tema complejo ¿Es buena la democratización de la fotografía? ¿Es buena la tecnología? Distingo efecto de efectismo. A mí lo que realmente me fascina es la investigación de la forma. El formalismo es una limitación terrible, es una superficialización terrorífica... En la fotografía todos estos mundos de efectos te hacen caer en el formalismo, en el efectismo y en la sorpresa por los fuegos artificiales que te facilita lo tecnológico. En el fondo no dejan de ser unos automatismos que dan como resultado una espectacularidad inmediata que funciona bien en internet porque compites con millones de imágenes simultáneamente que provienen de todos los lugares del mundo. Es una carrera inútil y perversa porque nos lleva a un lugar donde se privilegia el impacto inmediato y lo sorprendente. Esto y la investigación están en extremos opuestos.

Javier Vallhonrat en su estudio.
Hablas de internet y su inmediatez...
Una de las cosas que decía Freud era que el niño crece porque aprende la frustración del “Todo-Ya-Siempre” (Lo quiero todo, lo quiero ya y quiero que sea para siempre). A esto él lo llamaba la omnipotencia del niño. Pues internet nos ha devuelto al “Todo-Ya-Siempre”. Das a un botón y si la barrita no carga rápido, te desesperas. Si estás viendo una serie o chateando y se interrumpe la conexión, o si pides un paquete por Amazon y tarda más de lo habitual... surge una frustración muy antigua e infantil: la rabieta de la omnipotencia que nos la ha devuelto internet. Y luego el sentimiento de exclusión que deriva si no te contestan rápido a un mensaje. Nos ha enchufado a un monstruo muy bueno, que te puede ayudar, pero si te pisa te aplasta. ¿Es bueno internet? Buenísimo. ¿Es malo internet? Malísimo. Depende…
¿Las facultades de Bellas Artes te dejan volar lo suficiente?
Han ido cambiando mucho. En general eran escuelas del difícil oficio del pintor y escultor, donde el pensamiento teórico tenía una importancia capital. Ahora las universidades son unas redes complejas, con mucho movimiento político interno; además, son entidades difíciles en lo cultural y lo empresarial. Quien está dentro está muy sujeto a esos nudos e hilos. He enseñado en universidades y he de decir que no me gusta. Pero en la medida que varios artistas o personas han ahondado en el mundo de la creación en un sentido amplio, hay más permeabilidad a otras maneras de enseñar. En las facultades, ahora mismo, hay nichos donde se puede crecer como joven artista o nichos donde uno puede ser un artista de oficio a la vieja usanza. No ha habido cambio de estructura radical. Yo lo intenté en su día, fui ampliamente denostado y me fui rápido.
¿La técnica es lo más importante?
Primero vienen las intenciones y luego la técnica como solución. El problema no es la técnica en sí, si no que al aprender un montón de métodos sin explorar un campo de conocimiento de intenciones, actitudes u orientación de búsqueda del artista (hacia dónde busca, qué busca...) entonces eso se convierte en secundario. Ahora bien, conozco muy pocos artistas de alcance y potencia que no tengan técnica.
Este galardón premia mi constancia
¿Qué representa el I Premio Trayectoria que te ha otorgado Fundación ENAIRE?
Conozco la Colección ENAIRE de Arte Contemporáneo. Creo que se ha distinguido por premiar obras que siempre me han parecido representativas de una cierta actualidad de la creación fotográfica en España. Todos los premiados han despertado mi interés y siempre implica calidad. Ser reconocido por el jurado que está detrás de esta decisión es muy satisfactorio porque llega de una gente cultural que despierta mucho respeto en mí, por eso recibir el premio es doblemente satisfactorio. Soy humano y necesito al otro, reconocerme en la mirada del otro y es un “otro” muy cualificado.
Desde hace años decidí que iba a trabajar artísticamente en aquellos ámbitos vitales que me llamasen la atención. En este momento tiene que ver con la alta montaña, con la climatología que impone condiciones difíciles, con lo medioambiental, con las experiencias internas, lo simbólico y lo poético. Llevaba tiempo trabajando en solitario, sin financiación, las instituciones públicas tienen dificultad para financiar proyectos con rentabilidad inmediata. Para mí este galardón llega en un momento en que premia mi constancia. Es como si la vida me hubiera dicho “si a pesar de las dudas, uno continúa, tienes premio”. Necesitaba saber eso. Ha valido la pena. Mis inseguridades reciben un gran espaldarazo, cuando piensas “¿esto interesa a alguien o sólo a mis alumnos?” Pues sí, parece que lo reconocen.
¿La vida premia a los soñadores que perseveran?
Sí, pero no sabemos cuándo, por eso hay que ser muy constantes (risas).
¿Te gusta despertar conciencias en tus obras?
Ofrecer al espectador la posibilidad de embarcarse en una aventura de experiencia propia. No soy tan ambicioso ni me arrogo tanto protagonismo como para ser yo quien despierte conciencias, pero sí quiero posibilitar ese espacio de experiencia que puede incluir lo misterioso, lo paradójico, lo contemplativo, lo inquietante, lo poético... Eso sí me gusta incorporarlo a mis obras para poder interpelar al otro. Creo que las obras se experimentan desde lo sensible, emocional, metafórico, simbólico, lingüístico, racional y desde ese otro lugar de asombro y salto cuántico que es la conciencia y sus distintos niveles. Muy ambicioso sería, pero me encanta una frase del fallecido José Luis Brea: “¿A qué aspiramos? Aspiramos a propiciar iluminaciones profanas”.