Siempre he sentido la necesidad de pintar, aunque no he tenido la oportunidad de hacerlo hasta hace unos años; en los que he podido compatibilizar mi trabajo de madre, ama de casa e informática en el Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas, con clases de pintura semanales.

Aún guardo un cuaderno con grabados de Jean Müller, que gané con 9 años recitando una poesía en el colegio. Fue mi primer referente en pintura, aunque los impresionistas, con el color y la luz de sus cuadros, son los que me han marcado. La naturaleza, animales y personas son temas recurrentes en mis obras, así como los colores cálidos.

Mi inquietud y curiosidad hacen que siga avanzando; encontrar nuevas formas de expresión con otros materiales y soportes, distintos al óleo y pastel, que habitualmente utilizo, son mis próximos objetivos.

Estas obras de formato, técnica y temática tan distintas tienen un denominador común: el movimiento. En el espacio infinito, un automóvil se desplaza de un planeta a otro, simulando el paso por las distintas etapas de la vida. Los relojes, con sus horas nos recuerdan que el tiempo pasa. En nuestro camino, muchas preguntas: ¿Quién soy?, ¿A dónde voy?, ¿Quiero formar parte de esta sociedad “aborregada”?

En el tríptico del tango, el movimiento sincronizado de los bailarines transmite pasión, sensualidad y seducción. Lo refuerzan unas manos entrelazadas, símbolo de unión de la pareja y en la parte inferior unos zapatos elegantes y sensuales nos conectan con la tierra.

Las olas, la inclinación de la embarcación, la posición de la tripulación y la espuma entrando en la cubierta insinúan un constante vaivén. Inestabilidad dominada por las maniobras y el esfuerzo del equipo, cuyo objetivo es ganar la regata.